domingo, 26 de febrero de 2012

Internet y la cultura, hoy (y cómo esto afecta a nuestro Curso de Griego Clásico)

Como los lectores de este blog habrán visto, aquí había links a la página de MegaUpload (donde subí archivos de mi propia creación, sin dañar derechos de autor ni nada parecido), que fueron inhabilitados a causa del cierre de la misma. Todo esto al tiempo que se discutía una ley llamada SOPA (iniciales de Stop Online Piracy Act), que pretendía hacer, básicamente, que las grandes empresas defendieran su propiedad cerrando o bloqueando aquellos contenidos que no respetasen derechos de autor.

Ese fue el primer golpe. Matizado tal vez por la prórroga de la sanción de estas totalitarias e inaceptables leyes.

Hace pocos días me entero de que cerraron Library.nu, una web con más de 400.000 libros, totalmente gratuitos. Semejante operación sólo pudo haberse producido por una minoría que sólo sabe colocar mordazas. Estudiantes y profesores de todo el mundo han repudiado esta horrorosa acción.

Ese fue el segundo golpe. Y knock-out. La humanidad se tapa la boca ante el espanto y la indignación de todos esos estudiantes y profesores.

Y todo por defender el copyright, o mejor, los intereses de clase de aquellos que siempre han llevado la batuta en la difusión del conocimiento y de la cultura, y que ahora parecieron verse amenazados.

Ya no puedo quedarme callado. Ya no.

Internet era la posibilidad de tener un mundo mejor, o al menos, era la posibilidad de recuperar, en el campo intelectual, uno de los medios de producción de un gran porcentaje de desposeídos, que sólo contamos con nuestra fuerza de trabajo material e intelectual. Y esta nueva relación de producción tenía repercusiones, sin dudas, en el consumo.

Las grandes corporaciones, las editoriales, las compañías discográficas, y sus cancerberos, las asociaciones y leyes defensoras del copyright, por supuesto, no quieren un mundo en el que no los necesitemos. En el que la relación productor-consumidor se haga más clara, más transparente. O por lo menos, en el que la figura del intermediario en la escala económica aparezca en un plano mucho menos relevante que el que posee hasta ahora.

Porque Internet ha agilizado tremendamente el sistema de comunicaciones. Realmente no creo posible volver diez años atrás en el pasado sin quejarme por la cantidad de intermediarios que debo entrevistar para conseguir tan solo un libro que hable sobre lo que investigo. La gratuidad de lo que se ofrecía y el formato electrónico eliminaba los consabidos problemas de espacio y además hacía llegar a cualquier usuario, desde cualquier parte del mundo, casi con independencia de su posición económica y académica, esas producciones logradas con el trabajo intelectual de miles de estudiosos que han dedicado su vida a investigar lo que plasmaron en sus libros. A la manera de una biblioteca.

Justamente por eso, descargar un libro en esas condiciones no es robar. Es valorar el trabajo del autor. Pero, para algunos, el problema era la posibilidad del usuario de poseer ese material al tiempo que podía verlo, sin comprarlo. Esto significa entrar en contradicción con una manera de hacer negocios, una manera que ubica al intermediario en un lugar demasiado relevante. Es cierto; diversos productores intelectuales han necesitado de los servicios de ese intermediario: no sólo el capital cultural que ofrece y los medios para realizar las investigaciones, sino también la garantía de la relativamente amplia difusión. Es una realidad (hasta cierto punto loable, y hasta cierto punto, lamentable) que cada productor intelectual se halle amparado por una institución. No hablo aquí de las compañías discográficas, ni de las cinematográficas, porque aquí no nos conciernen. Estoy hablando de los libros y las editoriales universitarias, específicamente.

¿Por qué estas grandes editoriales se toman tantas molestias con quienes difunden sus trabajos de una manera más amplia y eficaz de lo que lo han hecho ellos mismos?

Estos operativos monstruosos, a mi modo de ver, representan un retroceso ético y cognoscitivo brutal en la humanidad, de por lo menos 15 años (que, dados los tiempos que corren, corren como locos, es mucho). Cognoscitivo porque volvemos a la manera tradicional de difundir el conocimiento: difundiéndolo sólo a quienes pueden pagarlo. Se trata de conocimiento, nada menos: de aquello que nos hace más libres por el solo hecho de poseerlo en nuestra mente (o en algún material soporte). Y ético, porque hay una clara intención de esconder los libros, de sellarlos en cofres de oro cuya única contraseña para su acceso sea un puñado considerable de euros, dólares y/o libras esterlinas. La humanidad toda debe ser consciente de que no sólo se ha quemado una biblioteca de Alejandría: se han hecho cenizas las posibilidades de fundar miles de bibliotecas de Alejandría virtuales. Ceros y unos que sólo responderán, a partir de ahora, a meros intereses de lucro. Antes el conocimiento se escondía detrás de la paralaje astral de la que no daban testimonio los instrumentos de medición de la época de Galileo, y tal vez, detrás de la cerrazón monacal y su apego a unas líneas de la teoría de Aristóteles. Ahora el escondite del conocimiento es el cálculo de interés compuesto. Porque se prefiere vender antes que difundir; creo que se han tergiversado los fines aquí. Estúpidos como Marcelo Birmajer (porque realmente no me cabe otro calificativo) defienden la ley SOPA y otras legislaciones afines a pesar de que las editoriales a quienes les da sus propias novelas reciben cuantioso dinero a causa de su propio trabajo. He aquí el ejemplo de una hiena que defiende sus propias cadenas: http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/tecnologia-comunicacion/Marcelo-Birmajer-A-mi-si-me-gusta-la-SOPA_0_641336034.html.

Con todo, me parece lógico que algunos pocos, como las discográficas, quieran defender sus intereses de clase. Ahora bien, ¿por qué las universidades y sus editoriales se ponen del lado del copyright? Pregunta y respuesta parecen idiotas: Porque son instituciones privadas. No son estatales. Por lo tanto, han caminado el último paso que les faltaba para volverse, sin más, empresas. Lo que siempre, tal vez, han sido.

¿Cómo afecta esto al blog?

En primer lugar, siento temor de colocar un link o una cita, porque todo el tiempo pienso que estaré violando las leyes de copyright, cuando en realidad la argumentación por citas (o loci, en su acepción latina) es uno de los medios más trillados para hacer valer lo que defendemos en nuestras posturas.

En segundo lugar, se ha acotado terriblemente el acervo bibliográfico con el cual puedo poner a buen recaudo mis investigaciones. Cosas que antes podía consultar en Internet (ni pensar en descargarlo; sólo verlo) ya no existen. Las únicas alternativas que tengo son: consultar las bibliotecas reales (que en mi ciudad natal no poseen todo el material que deberían tener), comprarlos (cosa que es injusta porque lo que yo difundo aquí es totalmente gratuito y accesible a todo el mundo), o bien esperar a que algún proyecto de investigación realizado por mi universidad haga el esfuerzo de conseguir, múltiples y onerosas trabas mediante, esa bibliografía.

En resumen: en defensa de los intereses comerciales de una minoría muy ínfima, el mundo se ha hecho un peor lugar. O mejor: se vuelve a la opresión ancestral de la que hubiéramos podido liberarnos. ¿Cuánto más, como humanidad, vamos a poder seguir soportando? Porque el único sustento del poder, hoy en día, es la fuerza. No la argumentación, ni siquiera el legalismo. La gente ya no es estúpida y algunos hasta pueden pagar un buen abogado. La fuerza. Las leyes inmundas no se sancionaron, pero la fuerza, tan pura y simple como explícita y despiadada, ha destruido primero justo lo que debía hacer en último lugar.

¿Qué alternativas, más o menos viables por ahora, tenemos aquellos que propulsamos la libre difusión del conocimiento (como yo, que intento hacerlo a través de este blog)?

1. La auto-gestión del autor de su propio trabajo intelectual en Internet (lo que implica la buena voluntad del mismo).
2. La creación de editoriales que accedan a una nueva forma de hacer negocios.
3. Proporcionar un marco legal adecuado a nuevas leyes de copyleft que sirvan como alternativa a las a mi juicio perimidas leyes de copyright.
4. Eliminar el lobby empresarial a la hora de debatir las leyes.
5. Defender un modelo de universidad pública y gratuita, por lo tanto, subvencionada por el estado.

(estoy abierto a escuchar otras sugerencias)

Todo consiste, al parecer, en dar menos preponderancia a la figura del intermediario y a devolver a Internet esa capacidad de difusión que, posiblemente, ninguna discográfica, ningún contrabando, ningún capital, pueda dar.

Sólo me queda decir, junto con Nippur de Lagash: "Locos... Locos imbéciles...". Locos ellos que lo hacen, locos nosotros que no nos defendemos.

(Recomiendo a toda la humanidad la lectura íntegra (o al menos, los artículos de Richard Stallman) de este libro: http://www.solar.org.ar/IMG/pdf/hackers.pdf)