A los lectores del blog
Este post es la primera parte de un futuro libro que espero corregir y publicar en formato físico con el tiempo. Se trata de la respuesta a una pregunta filosófica: mi "propia" pregunta filosófica, aunque muchos se lo hayan ya preguntado (Gadamer p. ej.). Sin embargo, poco a poco se irá descubriendo el alcance universal de esta pregunta. Y no es una pregunta que se regodea en el círculo por ella creado, en su autorreferencia, en la metafísica pseudo-perenne y demasiado humana que invoca, en una supuesta inutilidad: antes bien, remite a los más íntimos hábitos humanos en sus distintas fases educativas. Se trata de la respuesta a la pregunta por el sentido de lo clásico. Es una pregunta, en cierto modo, por el sentido del hombre y de su educación; en sus rincones más oscuros y profundos se trata de una pregunta por el sentido de la técnica y de su transmisión a lo largo de las generaciones. De aquí el carácter universal de esta pregunta, y por lo expuesto, su carácter filosófico. Infantil sería decir "filosófica, pero no inútil". Es mejor decir: "filosófica, y por lo tanto no inútil".
Dedico esta reflexión a mis amigos, compañeros, alumnos y profesores de Filosofía y de Letras de la Universidad del Sur.
Introducción
“¿Está el pasado tan muerto como creemos?” Esta
pregunta, empleada por el buen anticuario Ezra Winston en la historieta
argentina Mort Cinder, es el punto
disparador de esta reflexión que intenta abrirse paso entre los polvorines de
la cruenta batalla cuyos dos contendientes son, por un lado, quienes consideran
que el aprendizaje de las llamadas “lenguas clásicas” no es necesario para el
estudio de la filosofía, dada nuestra cultura, y por otro lado, quienes creen
que la enseñanza de las mismas no tiene por qué adaptarse al contexto cultural
actual.
Parece que esta verdadera antinomia se asemeja
sobremanera a aquella que Kant denominaba “Antinomie der reinen Vernunft”
(“Antinomia de la razón pura”), una pelea sin cuartel y a veces hasta sin
fundamento, entre el “escepticismo” y el “dogmatismo” de los siglos XVI, XVII y
XVIII.
De la misma manera que Kant, creo que vale la
pena el esfuerzo de intentar poner fin a todos aquellos argumentos a mi juicio
falaces que ostentan ambas posturas. Aunque corro el riesgo de quedar atrapado
en un fuego cruzado, intentaré, cabalgando junto con los corceles de la cordura
y mi auriga que es la retórica, eludir las balas, las piedras y los dardos de
la manera más decorosa posible.
Pero para comenzar a establecer las
negociaciones de paz, será preciso conocer la historia de este conflicto. Sólo
así podré observar con mayor claridad la situación actual del mismo y su
inserción en el marco cultural en el que vivimos. Seguidamente, revisaré los
argumentos que esgrimen ambas posturas, para así aceptar aquellas
justificaciones que me parezcan plausibles y rechazar otras que me parezcan
falaces.
Sin embargo, un abordaje histórico minucioso
cronológica y geográficamente será tema de otra investigación, tan o más
importante que la presente. Nuestro análisis histórico versará en torno al
concepto de la palabra “clásico”, adjetivo normalmente usado como predicativo
(cuando decimos “x es un clásico”), como atributo (“las obras clásicas”, “la cultura
clásica”, “los textos clásicos”, y demás) y como adjetivo sustantivado (“lo
clásico”, “los clásicos”). En esta
palabra es, como veremos, donde se halla la definición de la sociedad
occidental.
Por último haré explícito mi punto de vista en
este asunto, abarcando tres planos: el político, el económico y el
lingüístico-filosófico.
1. Definición
de lo clásico
El adjetivo “clásico” es definido normativamente
(por el Diccionario Espasa-Calpe y por el de la Real Academia Española) en
estos términos:
Espasa-Calpe
dice:
A. Que se tiene por
modelo digno de imitación en cualquier manifestación artística o científica.
B. Que se adapta a lo
marcado por la costumbre o la tradición.
C. De tradición culta,
por oposición a la ligera.
D. De la antigüedad
griega y romana, por oposición a la modernidad.
E. Que, por su
importancia o valor, ha entrado a formar parte de la historia.
Por su
parte el DRAE define:
(Del lat. classĭcus).
1. adj. Se
dice del período de tiempo de mayor plenitud de una cultura, de una
civilización, etc.
2. adj. Dicho
de un autor, de una obra, de un género, etc.: Que pertenecen a dicho período. Apl. a
un autor o a una obra, u.
t. c. s. Un clásico del
cine.
3. adj. Dicho
de un autor o de una obra: Que se tiene por modelo digno de imitación en
cualquier arte o ciencia. U.
t. c. s.
4. adj. Perteneciente
o relativo al momento histórico de una ciencia, en el que se establecen teorías
y modelos que son la base de su desarrollo posterior.
5. adj. Perteneciente
o relativo a la literatura o al arte de la Antigüedad griega y romana. U.
t. c. s.
7. adj. Que
no se aparta de lo tradicional, de las reglas establecidas por la costumbre y
el uso. Un traje de corte
clásico.
De estas definiciones, que luego analizaremos
críticamente, podemos extraer dos hechos muy relevantes para nuestro objetivo:
A. La concepción de “lo
clásico” remite todo el tiempo a oposiciones.
B. La imposición de éstas
es llevada a cabo por un agente personal-impersonal, un “se”, o, como se diría
actualmente, una tendencia. En este sentido, la palabra alemana “man”, bien
descubierta a mi juicio por Heidegger (Ser y TIempo) constituye una piedra de
toque fundamental para comprender a este “se”.
Lo clásico (como su etimología lo dice) remite
a una oposición “de clase”, alto-bajo, grande-pequeño, proveedor-deudor, y que
como tal remite a una apropiación: apropiación del proveedor (alto, grande) y
del deudor (bajo, pequeño) en tanto se establece su definición. En el concepto
de “apropiación” es donde lo clásico halla sus profundas raíces, y es en él
donde se halla lo más propiamente occidental. Me atrevo a decir, incluso, que
sólo es plausible una crítica del capitalismo actual si tomamos en cuenta el
concepto de apropiación. Por eso
mismo, desde el cristianismo o desde cualquier forma de monoteísmo o teocracia no puede existir, por numerosos y bien
intencionados que hayan sido los intentos a lo largo de la historia, una
crítica plausible al sistema económico actual, ya que el cristianismo es
éticamente un apropiador,
especialmente mediante su llamado a defender la fe por la evangelización. En él
se hallan las raíces históricas de Occidente. Pero tampoco es posible desde el
marxismo ranciamente ortodoxo, y de sus variantes despóticas como el
estalinismo, desde el momento en que se
apropia de lo proletario. Mucho menos cualquier totalitarismo como el fascista italiano o el socialista alemán. Toda doctrina que acepte “artículos de fe” jamás puede conducir a la humanidad a
una consideración metafísica del otro,
en la medida en que el otro queda totalizado en un juego de oposiciones
invocado por dichos artículos de fe, y en la medida en que el intermediario
fundamental para dicha totalización son los “preámbulos de fe”, verdades
probables mediante la razón pero que la revelación (metafísica, pseudocientífica o religiosa) supone.
Seguidamente analizaremos cuántas y cuáles son
las oposiciones mencionadas, para así realizar una crítica a las mismas
aplicándola a un hecho concreto: la
enseñanza de las lenguas “clásicas”, es decir, griego y latín.
2. Lo
clásico como la oposición modelo – imitación
El “se” constituye a algo como modelo. Todo lo
que a partir de allí es generado no es más que imitación.
Las lenguas clásicas son modelos para otras
lenguas, llamadas vernáculas. Los textos clásicos, las obras clásicas, son
modelos para los textos no clásicos. Los autores clásicos son modelos para los
usuarios no clásicos. De modo que las lenguas vernáculas, los textos y usuarios
no clásicos no son sino imitaciones. Esta forma de concebir las lenguas, las
producciones y los usuarios pone a lo clásico en un pedestal de oro, al mismo
tiempo que coloca a lo no clásico en rango de siervo, porque, por un lado, su
existencia efectiva rinde perpetuamente tributo a lo clásico, pero por otro
lado, no deja de estar en deuda con él.
Pero también es cierto que el modelo no existe
sin imitación. Justamente, porque existe la traducción, existe el original.
Porque existe la imitación, existe el modelo. Porque existe la apropiación,
existe lo apropiable. Es imposible que lo clásico se sustente y conserve su
estatus sin la existencia de lo no-clásico. La parte baja de la jerarquía, cosa
curiosa, da sentido a la jerarquía. Sin influencias lo clásico muere.
¿Es que pretendemos que este juego de
oposiciones, inevitable tal vez para la naturaleza humana, muera? ¿Pretendemos
que desaparezca el carácter de la influencia? En absoluto. Recién ahora puedo
contemplar el carácter universal de la pregunta por el sentido de lo clásico,
pregunta que por cierto conlleva una presuposición y una dirección que le da
dicha presuposición. Lo que pretendemos al mostrar este juego es situarlo
históricamente, tanto en su génesis como en su desarrollo, valorarlo éticamente
y evitar su naturalización de manera tal que se evite la perpetuación ciega de
una tradición que en muchos de sus aspectos se revela como incapaz de propagar en
la práctica los valores morales que dice defender en la teoría.
Pocos siglos antes del Renacimiento comenzaron
a valorarse las lenguas vernáculas, adquiriendo cada vez más independencia de
las lenguas clásicas, al punto de confeccionarse textos en esas nuevas lenguas.
Con el avance de los siglos, el modelo científico y artístico de los textos clásicos
perdió su rango de supremacía, aunque conservó buena parte de su importancia.
Actualmente, el latín sigue utilizándose como
lengua oficial en la religión católica y en algunos nombres científicos, al
mismo tiempo que en ciertas manifestaciones poéticas y en artículos de
enciclopedias importantes como Wikipedia.
El griego llamado puro, por su parte, fue
utilizado en la mayoría de los registros escritos hasta 1982, cuando el
gobierno griego introdujo el sistema de ortografía monotónico, reemplazando al
anticuado sistema politónico, hecho que marcó el triunfo de la lengua demótica
sobre la lengua pretendidamente clásica, con un vocabulario ya por aquel
entonces de culto. El antiguo sistema continúa utilizándose en registros
escritos aislados o en textos litúrgicos de la religión cristiana ortodoxa.
Paulatinamente, y especialmente con la industrialización, se fue perdiendo de hecho el modelo clásico, aunque a lo largo de la modernidad hubo fuertes intentos de
recuperación, con las concepciones neoclásicas en contextos políticos como la
Alemania nazi o la Italia fascista. Hitler mismo, en Mein Kampf, propone explícitamente dar énfasis a los estudios humanísticos:
“En la enseñanza de la historia cabe sobre todo no
prescindir del estudio de la época clásica. La historia romana, debidamente
apreciada en sus grandes aspectos, es y será siempre el mejor maestro de todos
los tiempos.” (M. K. 2º parte, cap. 2)
Si queremos ser usuarios de griego antiguo y
latín, ¿acaso nos sometemos voluntariamente a lo clásico, a esta dualidad
modelo-imitación planteada por la cara más aberrante de las distintas fases
históricas del mundo occidental? Nuestra respuesta es sí. Pero enseguida puntualizaremos
en qué medida nos distinguimos de los marcos ideológicos de lo clásico.
Al constituirnos como usuarios de griego
antiguo y latín, nos imponemos detener su evolución, asentándonos en los
períodos históricos en que estas lenguas tuvieron gran relevancia, sea por la
extensión geográfica de su uso, sea por la influencia de sus registros escritos;
esto en última instancia depende de cada uno de nosotros. Por ejemplo, estudiamos
griego por ser la lengua de Platón o la del imperio de Alejandro Magno, y
estudiamos latín por ser la lengua de Cicerón o la del imperio romano. Aquí sí
somos clasicistas.
Pero en el hecho mismo de hacernos usuarios
nos estamos distinguiendo de quienes consideran que estas lenguas son
monumentos inmaculados debido a la lejanía geográfica e histórica que poseemos
con quienes fueron sus hablantes nativos.
Con esta concepción en mente, podremos
penetrar más profundamente, más sensorialmente, en las culturas griega y
romana, de modo que seremos capaces de
reconocerlas como ajenas. De esta manera, nuestro compromiso con ellas será
más respetuoso que el de las ideologías de lo clásico, porque con nuestro
aprendizaje no fijaremos un modelo de identificación bajo el que después
impondremos un contra-qué. Antes bien, pondremos en tela de juicio sus
categorías y nos cuidaremos de no repetir lo que, desde una ética del otro,
podemos considerar sus errores, para poder pensar en otras formas de ver el
mundo.
A su vez, esta visión nos permite comprender
que no pretendemos revivir lenguas muertas sino examinar determinados períodos
históricos de lenguas vivas, vivas por su influencia en otros idiomas y vivas
también por su influencia en las culturas actuales. En última instancia, lo que
pretendemos es hallar los criterios de constitución del mundo occidental actual,
que se ha apropiado de estas dos culturas.
Comprender esto es importante para entender
algunos fenómenos actuales como el estado hodierno de la lengua española.
Detrás de la Real Academia Española se está escondiendo una concepción
humanista antiquísima que remite al viejo esquema de lo clásico. Esto se puede
ver en el tinte normativo de sus gramáticas y en la impronta de clásicas de sus
ediciones. Estudiar las lenguas y culturas griega y romana, como vemos, se torna
fundamental para comprender cómo se produce el fenómeno de la jerarquización
lingüística, estética y étnica en Occidente, de modo que podamos, por lo menos,
criticar las categorías bajo las cuales ésta se da.
Nosotros nos oponemos al prejuicio de que, por
no quedar hablantes nativos de griego y latín, no debemos siquiera intentar
hablar estas lenguas como usuarios competentes. Por el contrario, creemos que debemos
hacerlo, para emprender una búsqueda a nuestro criterio más sincera de las
categorías de esas lenguas bajo las cuales se sentaron las bases de culturas
tan influyentes en el mundo occidental actual. Éste es el último pilar que
debemos derribar para dejar de entender al griego y latín como “clásicos”.
La
enseñanza actual, que sigue presupuestos de antaño, de estas lenguas nos hace ver todavía la vivacidad del griego y latín como
clásicos, como estáticos, como muertos. Según la mayoría de los docentes:
A. El alumno debe, como
Rubén Darío, “perseguir la forma” de la palabra de la lengua clásica, para
llegar a un conocimiento puntual y minucioso de la misma. No importa su
contenido (ni su significado ni su uso), porque para eso disponemos de un buen
diccionario que presupone el cabal conocimiento de la morfología.
B. El alumno debe
comprender sólo los “rudimentos” de la sintaxis, para poder interpretar esas
formas nominales y verbales cuyo significado desconocemos, y para poder darnos
cuenta, en definitiva, de que al texto clásico no vamos a llegar nunca.
C. El alumno no debe
jamás poner en uso la lengua, no sólo porque no existen nativos con los que
podamos conversar y porque se ha perdido para siempre el contexto cultural en
el que este idioma se desarrolló, sino también porque desconocemos su verdadera
pronunciación y porque la estructura estática del texto clásico siempre
prevalecerá sobre el uso.
¿Cómo se han gestado estos
presupuestos? ¿Cómo ha sido posible? Nos preguntamos esto, no sólo con ánimo
inquisitivo, sino también con un amargo y profundo pesar.
Recomiendo la lectura de esta obra:
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un saludo
Saludos, Suleiman, y muchísimas gracias por tu recomendación!!! La tendré muy en cuenta.
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