Estoy más que sorprendido por la amplia repercusión que tuvo el último post de mi blog, "¿Qué es el helenismo?". Uno puede ver en el contador de visitas la cantidad de gente que ha visto el blog, y me sorprende que "¿Qué es el helenismo?" se haya convertido, a 7 días de ser publicado, en uno de los posts más vistos del blog.
Normalmente recibía hasta esa fecha entre 60 y 120 visitas diarias (los más provenientes de España y México, ya no tantos de Argentina como al principio...), pero el 26 de mayo he tenido más de 1000 visitas en un solo día, y a partir de ahí el número de visitantes diarios no baja de 120 (que era como ya dije, lo máximo que podía esperar antes de mi último post).
Esto me hizo pensar algunas cosas. Las charlé anoche en casa de mi amigo Miguel Razuc, y él me dijo de escribir una "apostilla". Así que aquí está.
Por ejemplo, lo primero que pienso es en que el post fue muy personal. No sólo estaba dando una respuesta a una pregunta que muchos de nosotros, los que nos dedicamos al griego, nos hacemos, sino también estaba revelando algunas cualidades de mi persona, o por lo menos, si no llegan a ser cualidades, algunas aspiraciones. Fue un poco como desnudarme, hacer que el público conozca la persona que intento ser día a día. Pero esas aspiraciones, tan personales, no son sino lecturas suscitadas por los mismos griegos. Son el resultado de mis lecturas, de mi helenismo, pero también, detrás de eso está, por supuesto, la educación que recibí en el hogar.
La segunda cosa en que pienso es en que hasta ese momento no había encontrado una definición de helenismo por ninguna parte. Ojo: helenismo como sinónimo de Período Helenístico y helenismo como "palabra o préstamo lingüístico de origen griego" sí que son definiciones tratadas en Internet. Pero hasta donde mi conocimiento llega, no existía algo que hable del helenismo como propuesta de valores, de eso a que hacemos referencia cuando nos llamamos "helenista".
Porque ser helenista no es solamente dedicarse a la cultura griega, y mucho menos dedicarse a la cultura griega antigua únicamente. Ser helenista es, también, proponer valores.
Y esa es la tercera cosa en la que pienso: necesitamos valores en nuestra sociedad, valores defendibles y que tengan en cuenta al otro por encima de toda religión y de todo fundamentalismo. El helenismo es para mí eso.
Nuestras sociedades necesitan valores, y los docentes y los padres debemos ser buenos transmisores para que haya una comunicación con el otro. ¿Por qué tantos jóvenes se vuelcan al jihadismo o al neonazismo? ¿Por qué tanto fanatismo? ¿Y por qué, por otro lado, tanto indiferentismo? ¿Acaso el relativismo cultural, esa absurdidad llamada posmodernismo, ha minado nuestras conciencias y ha hecho que perdamos toda noción de respeto por el otro? ¿Realmente se respeta al otro si incluimos en nuestro respeto al intolerante? ¿No podemos estar en desacuerdo con el intolerante? ¿O acaso, por ser respetuosos, respetamos también que exista gente que falte el respeto y agreda a otra gente? ¿Realmente respetar al otro es que todo, incluso la violencia para con el otro, nos dé lo mismo?
Esto dijo uno de los más grandes filósofos del siglo XX, Karl Popper:
"La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto como ellos, de la tolerancia. Con este planteamiento no queremos significar, por ejemplo, que siempre debamos impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes; mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, por cierto, poco prudente. Pero debemos reclamar el derecho de prohibirlas, si es necesario por la fuerza, pues bien puede suceder que no estén destinadas a imponérsenos en el plano de los argumentos racionales, sino que, por el contrarío, comiencen por acusar a todo razonamiento; así, pueden prohibir a sus adeptos, por ejemplo, que prestan oídos a los razonamientos racionales, acusándolos de engañosos, y que les enseñan a responder a los argumentos mediante el uso de los puños o las armas. Deberemos reclamar entonces, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes. Deberemos exigir que todo movimiento que predique la intolerancia quede al margen de la ley y que se considere criminal cualquier incitación a la intolerancia y a la persecución, de la misma manera que en el caso de la incitación al homicidio, al secuestro o al tráfico de esclavos"
POPPER, Karl. La sociedad abierta y sus enemigos. Barcelona: Paidós, 1981. (Pág. 512)
Parece una verdad de perogrullo, pero todavía hay gente que cree que el intolerante es aquel que defiende la intolerancia para con el intolerante. En realidad, esas personas se llaman "tolerantes". Porque ser tolerante (de forma activa o pasiva, es decir, "dejando pasar") con el intolerante es defender la intolerancia, y por tanto, convertirse en intolerante.
Como docente (que es una cierta forma de ser padre) voy a defender la reacción contra el intolerante. Y también contra el indiferente, el que no le importa nada. Porque las cosas te tienen que importar; no podés vivir al margen. Toda presencia viva en este mundo repercute de alguna manera en las otras, casi como las mónadas de Leibniz, y dado que la presencia humana en este mundo es fundamentalmente presencia en una sociedad, se hace necesario incluso para nuestra supervivencia tener una posición, tolerante con el otro, sí, pero tener una posición con toda la responsabilidad que ello implica.
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