Hoy me enteré de que, en el próximo plan de estudios de mi universidad, pasarán los niveles de griego y de latín a ser materias optativas para la carrera de Filosofía.
Esto me llena de una profunda desilusión y desazón. Sólo los de Letras todavía podrán conocer algo de la lengua y cultura griegas antiguas, más allá de que en Filosofía siguen existiendo materias como Cultura Clásica e Historia de la Filosofía Antigua. Me toca emocionalmente porque he logrado obtener mi título de Licenciado en Filosofía el año pasado y hace poco menos de un mes he concursado para la cátedra Lengua y Cultura Griegas I, donde finalmente pensé que tendría la oportunidad de poder enseñar griego a mis alumnos de filosofía, un poco siguiendo el programa y otro poco a mi manera (a la manera del blog), que tanto han cuestionado la pervivencia de dichas materias en el plan.
Las razones no son pocas: tenían 36 materias, sin ningún crédito extra por ello, y además las materias están pensadas para gente de Letras y no veían articulación con otras materias de la carrera. En el caso de Griego en particular, se presuponen conocimientos de gramática española, materia que existe en la carrera de Letras pero no en la de Filosofía (lo cual por cierto es una aberración para mí: si no pensamos el lenguaje, nuestro instrumento de comunicación, ¿cómo podemos hacer filosofía?).
Esto, por supuesto, responde a un momento histórico, a una cuestión política. Incluso en Europa misma las horas dedicadas a las lenguas clásicas, tanto en España, como en Francia o en Italia, han disminuido muchísimo. En Europa. Este artículo por ejemplo habla de la situación en el latín con Italia: http://it.blastingnews.com/lavoro/2015/10/latino-addio-cosi-muore-a-scuola-una-lingua-morta-00587979.html
Pero no me permito hacer falacia ad hominem. Seré diplomático porque entiendo sus razones. Pero tampoco, ni mucho menos, puedo festejar esta decisión desde una falacia ad populum (que sí han cometido las personas que han tomado esta decisión: entre sus pueriles argumentos, figuraba el hecho de que muchas universidades de Argentina tenían griego y latín como materias optativas...).
¿No es hora de que los profesores de clásicas hagan (hagamos) una autocrítica? ¿Se trata solamente de políticas educativas tendientes a la tecnologización, al economicismo, a la plutocracia, al facilismo? ¿O se trata también de que no hemos sabido trasladar la pasión adecuadamente? Estas cuestiones me confirman más que nunca la necesidad de una crítica de la razón clasicista, la necesidad de dejar atrás ciertas jactancias, de dejar atrás el predominio de cierto manejo de la morfología en la enseñanza, para encontrar nuevas maneras más vivaces de enseñar.
Me molesta mucho haber llegado tarde, haber llegado cuando la catástrofe estaba recién consumada, cuando ya pasaron a ser optativas. Mi pasión es esta: yo no puedo dejar de enseñar griego, ni quiero dejar de hacerlo. Me va a doler mucho no tener más alumnos de filosofía, más compañeros míos de carrera sentados, esperando alguna clase motivadora. Ya ni siquiera tendrán la posibilidad.
Pero no me voy a rendir. En reunión de área me dieron por extensión la cátedra de Cultura Clásica. Habrá que empezar a cautivar desde ahí.
Creo que no es un problema de ahora. Creo que es un problema más bien estructural que viene desde hace bastantes años, que trasciende por supuesto a quienes enseñan; trasciende lo personal, desde luego. Y verdaderamente, no hemos quizá tenido el tiempo para pergeñar un cambio en esta cuestión del método. Sin embargo, la pregunta sigue siendo pertinente. Se trata de los presupuestos bajo los que enseñamos. Tiene que ver más con nuestra recepción que con nuestra acción concreta. En mi caso, el tema del doctorado me ha dilatado bastante la posibilidad de pensar seriamente en un método alternativo. Es el problema filosófico, es el problema del "clasicismo", que es una idea renacentista y moderna de la que ninguno de nosotros todavía nos hemos despegado. El clasicismo ha vuelto a matar el latín, e intenta matar al griego (cosa que no logrará porque Grecia sigue viva)... El clasicismo mata, repite la historia como la Tebas de la tragedia griega antigua... con tablitas de morfología que ya ni siquiera se saben de memoria, con un uso exacerbado del diccionario, con una atomización de los textos, su reducción a conjuntos de palabras, con una práctica que cada día parece asemejarse más a la disección de cadáveres...
Sólo la pasión helénica puede salvar, al menos, al idioma griego. En latín son necesarias otras herramientas. El filólogo clásico, para subsistir, como dije antes, debe dejar de ser "clásico"...
También es cierto lo que ocurre a nivel político, los intereses en juego, los planes estratégicos de las universidades, las tendencias al mercantilismo... Todo lo que ustedes quieran. Indigna, enferma, descompone ver millones de dólares y euros gastados en publicidad televisiva, en periodismo de espectáculos... ¿Por qué siempre escuché que me preguntaran por la utilidad del griego y del latín, o de la filosofía, y nunca que me preguntaran por la utilidad del periodismo de espectáculos?
¿Alguien sabe para qué sirve el periodismo de espectáculos?
Pero está claro que el helenismo o el latinismo no puede justificarse por sí solo. Ni tampoco debe, por supuesto. Pero, de proseguir con las defensas habituales del latín y del griego clásico, se seguirá la desaparición de las asignaturas en nuestras universidades.
Este blog entonces será ya un reducto muy importante de defensa en mi ciudad, y puede que en mi país.
Y es, también, mi último reducto, mi espacio de libertad donde puedo decir lo que pienso a pesar de que Google me espía.
La desaparición del griego y del latín en los planes de estudio no lleva a un mejoramiento de la educación en pos de la multiculturalidad: lleva a la ignorancia del propio idioma, que es el español, y que usa la mayor parte de la gente en este país y en este continente, y a la ignorancia de la historia de Occidente; por ende, también de la historia de Latinoamérica, si tenemos en cuenta que durante más de 500 años hubo un proceso de colonialización y matanzas.
Dejar de estudiar griego y latín no es descolonizar, sino seguir colonizando, pero esta vez bajo la bandera del vacío. Lo cual implica una colonización PEOR.
Porque así Occidente se eleva como cultura perenne, olvidada de la historia que se inventó para sí misma, olvidada de la tradición clásica. Se absolutizan los franceses, los alemanes, los ingleses. Entonces estudiamos (tenemos profesores muy buenos y apasionados que saben transmitir su pasión en este campo) los galancitos de moda de la filosofía, total para lo otro hay traducciones: Nietzsche, Heidegger, Deleuze, Foucault, Derrida, Simondon...
¡Todos ellos, sin embargo, grandes estudiosos de los griegos y los romanos!
domingo, 11 de octubre de 2015
martes, 2 de junio de 2015
Apostilla a "¿Qué es el helenismo?"
Estoy más que sorprendido por la amplia repercusión que tuvo el último post de mi blog, "¿Qué es el helenismo?". Uno puede ver en el contador de visitas la cantidad de gente que ha visto el blog, y me sorprende que "¿Qué es el helenismo?" se haya convertido, a 7 días de ser publicado, en uno de los posts más vistos del blog.
Normalmente recibía hasta esa fecha entre 60 y 120 visitas diarias (los más provenientes de España y México, ya no tantos de Argentina como al principio...), pero el 26 de mayo he tenido más de 1000 visitas en un solo día, y a partir de ahí el número de visitantes diarios no baja de 120 (que era como ya dije, lo máximo que podía esperar antes de mi último post).
Esto me hizo pensar algunas cosas. Las charlé anoche en casa de mi amigo Miguel Razuc, y él me dijo de escribir una "apostilla". Así que aquí está.
Por ejemplo, lo primero que pienso es en que el post fue muy personal. No sólo estaba dando una respuesta a una pregunta que muchos de nosotros, los que nos dedicamos al griego, nos hacemos, sino también estaba revelando algunas cualidades de mi persona, o por lo menos, si no llegan a ser cualidades, algunas aspiraciones. Fue un poco como desnudarme, hacer que el público conozca la persona que intento ser día a día. Pero esas aspiraciones, tan personales, no son sino lecturas suscitadas por los mismos griegos. Son el resultado de mis lecturas, de mi helenismo, pero también, detrás de eso está, por supuesto, la educación que recibí en el hogar.
La segunda cosa en que pienso es en que hasta ese momento no había encontrado una definición de helenismo por ninguna parte. Ojo: helenismo como sinónimo de Período Helenístico y helenismo como "palabra o préstamo lingüístico de origen griego" sí que son definiciones tratadas en Internet. Pero hasta donde mi conocimiento llega, no existía algo que hable del helenismo como propuesta de valores, de eso a que hacemos referencia cuando nos llamamos "helenista".
Porque ser helenista no es solamente dedicarse a la cultura griega, y mucho menos dedicarse a la cultura griega antigua únicamente. Ser helenista es, también, proponer valores.
Y esa es la tercera cosa en la que pienso: necesitamos valores en nuestra sociedad, valores defendibles y que tengan en cuenta al otro por encima de toda religión y de todo fundamentalismo. El helenismo es para mí eso.
Nuestras sociedades necesitan valores, y los docentes y los padres debemos ser buenos transmisores para que haya una comunicación con el otro. ¿Por qué tantos jóvenes se vuelcan al jihadismo o al neonazismo? ¿Por qué tanto fanatismo? ¿Y por qué, por otro lado, tanto indiferentismo? ¿Acaso el relativismo cultural, esa absurdidad llamada posmodernismo, ha minado nuestras conciencias y ha hecho que perdamos toda noción de respeto por el otro? ¿Realmente se respeta al otro si incluimos en nuestro respeto al intolerante? ¿No podemos estar en desacuerdo con el intolerante? ¿O acaso, por ser respetuosos, respetamos también que exista gente que falte el respeto y agreda a otra gente? ¿Realmente respetar al otro es que todo, incluso la violencia para con el otro, nos dé lo mismo?
Esto dijo uno de los más grandes filósofos del siglo XX, Karl Popper:
"La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto como ellos, de la tolerancia. Con este planteamiento no queremos significar, por ejemplo, que siempre debamos impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes; mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, por cierto, poco prudente. Pero debemos reclamar el derecho de prohibirlas, si es necesario por la fuerza, pues bien puede suceder que no estén destinadas a imponérsenos en el plano de los argumentos racionales, sino que, por el contrarío, comiencen por acusar a todo razonamiento; así, pueden prohibir a sus adeptos, por ejemplo, que prestan oídos a los razonamientos racionales, acusándolos de engañosos, y que les enseñan a responder a los argumentos mediante el uso de los puños o las armas. Deberemos reclamar entonces, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes. Deberemos exigir que todo movimiento que predique la intolerancia quede al margen de la ley y que se considere criminal cualquier incitación a la intolerancia y a la persecución, de la misma manera que en el caso de la incitación al homicidio, al secuestro o al tráfico de esclavos"
POPPER, Karl. La sociedad abierta y sus enemigos. Barcelona: Paidós, 1981. (Pág. 512)
Parece una verdad de perogrullo, pero todavía hay gente que cree que el intolerante es aquel que defiende la intolerancia para con el intolerante. En realidad, esas personas se llaman "tolerantes". Porque ser tolerante (de forma activa o pasiva, es decir, "dejando pasar") con el intolerante es defender la intolerancia, y por tanto, convertirse en intolerante.
Como docente (que es una cierta forma de ser padre) voy a defender la reacción contra el intolerante. Y también contra el indiferente, el que no le importa nada. Porque las cosas te tienen que importar; no podés vivir al margen. Toda presencia viva en este mundo repercute de alguna manera en las otras, casi como las mónadas de Leibniz, y dado que la presencia humana en este mundo es fundamentalmente presencia en una sociedad, se hace necesario incluso para nuestra supervivencia tener una posición, tolerante con el otro, sí, pero tener una posición con toda la responsabilidad que ello implica.
Normalmente recibía hasta esa fecha entre 60 y 120 visitas diarias (los más provenientes de España y México, ya no tantos de Argentina como al principio...), pero el 26 de mayo he tenido más de 1000 visitas en un solo día, y a partir de ahí el número de visitantes diarios no baja de 120 (que era como ya dije, lo máximo que podía esperar antes de mi último post).
Esto me hizo pensar algunas cosas. Las charlé anoche en casa de mi amigo Miguel Razuc, y él me dijo de escribir una "apostilla". Así que aquí está.
Por ejemplo, lo primero que pienso es en que el post fue muy personal. No sólo estaba dando una respuesta a una pregunta que muchos de nosotros, los que nos dedicamos al griego, nos hacemos, sino también estaba revelando algunas cualidades de mi persona, o por lo menos, si no llegan a ser cualidades, algunas aspiraciones. Fue un poco como desnudarme, hacer que el público conozca la persona que intento ser día a día. Pero esas aspiraciones, tan personales, no son sino lecturas suscitadas por los mismos griegos. Son el resultado de mis lecturas, de mi helenismo, pero también, detrás de eso está, por supuesto, la educación que recibí en el hogar.
La segunda cosa en que pienso es en que hasta ese momento no había encontrado una definición de helenismo por ninguna parte. Ojo: helenismo como sinónimo de Período Helenístico y helenismo como "palabra o préstamo lingüístico de origen griego" sí que son definiciones tratadas en Internet. Pero hasta donde mi conocimiento llega, no existía algo que hable del helenismo como propuesta de valores, de eso a que hacemos referencia cuando nos llamamos "helenista".
Porque ser helenista no es solamente dedicarse a la cultura griega, y mucho menos dedicarse a la cultura griega antigua únicamente. Ser helenista es, también, proponer valores.
Y esa es la tercera cosa en la que pienso: necesitamos valores en nuestra sociedad, valores defendibles y que tengan en cuenta al otro por encima de toda religión y de todo fundamentalismo. El helenismo es para mí eso.
Nuestras sociedades necesitan valores, y los docentes y los padres debemos ser buenos transmisores para que haya una comunicación con el otro. ¿Por qué tantos jóvenes se vuelcan al jihadismo o al neonazismo? ¿Por qué tanto fanatismo? ¿Y por qué, por otro lado, tanto indiferentismo? ¿Acaso el relativismo cultural, esa absurdidad llamada posmodernismo, ha minado nuestras conciencias y ha hecho que perdamos toda noción de respeto por el otro? ¿Realmente se respeta al otro si incluimos en nuestro respeto al intolerante? ¿No podemos estar en desacuerdo con el intolerante? ¿O acaso, por ser respetuosos, respetamos también que exista gente que falte el respeto y agreda a otra gente? ¿Realmente respetar al otro es que todo, incluso la violencia para con el otro, nos dé lo mismo?
Esto dijo uno de los más grandes filósofos del siglo XX, Karl Popper:
"La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto como ellos, de la tolerancia. Con este planteamiento no queremos significar, por ejemplo, que siempre debamos impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes; mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, por cierto, poco prudente. Pero debemos reclamar el derecho de prohibirlas, si es necesario por la fuerza, pues bien puede suceder que no estén destinadas a imponérsenos en el plano de los argumentos racionales, sino que, por el contrarío, comiencen por acusar a todo razonamiento; así, pueden prohibir a sus adeptos, por ejemplo, que prestan oídos a los razonamientos racionales, acusándolos de engañosos, y que les enseñan a responder a los argumentos mediante el uso de los puños o las armas. Deberemos reclamar entonces, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes. Deberemos exigir que todo movimiento que predique la intolerancia quede al margen de la ley y que se considere criminal cualquier incitación a la intolerancia y a la persecución, de la misma manera que en el caso de la incitación al homicidio, al secuestro o al tráfico de esclavos"
POPPER, Karl. La sociedad abierta y sus enemigos. Barcelona: Paidós, 1981. (Pág. 512)
Parece una verdad de perogrullo, pero todavía hay gente que cree que el intolerante es aquel que defiende la intolerancia para con el intolerante. En realidad, esas personas se llaman "tolerantes". Porque ser tolerante (de forma activa o pasiva, es decir, "dejando pasar") con el intolerante es defender la intolerancia, y por tanto, convertirse en intolerante.
Como docente (que es una cierta forma de ser padre) voy a defender la reacción contra el intolerante. Y también contra el indiferente, el que no le importa nada. Porque las cosas te tienen que importar; no podés vivir al margen. Toda presencia viva en este mundo repercute de alguna manera en las otras, casi como las mónadas de Leibniz, y dado que la presencia humana en este mundo es fundamentalmente presencia en una sociedad, se hace necesario incluso para nuestra supervivencia tener una posición, tolerante con el otro, sí, pero tener una posición con toda la responsabilidad que ello implica.
lunes, 25 de mayo de 2015
¿Qué es el helenismo?
¿Qué es el
helenismo? O mejor, ¿en qué nos convertimos cuando nos convertimos en
helenistas? Intentaré dar una respuesta profundamente personal a esta pregunta,
para dar la posibilidad a que otro pueda responder de la misma manera a ella (es
decir, de forma profundamente personal). De hecho, ser helenista (para mí) es
básicamente otorgar a otro la posibilidad de serlo, como lo han hecho conmigo
mis profesores de griego (incluso aunque haya debido ser crítico con ellos en
algunos aspectos).
Ante todo, considero
que el helenismo es una pasión. Una pasión que impulsa desde adentro, sea a
través de la sangre o a través del espíritu. Porque el helenista reconoce que
la sangre tira, pero el helenista no es racista: reconoce que la pasión es
transmisible; que podemos cautivarnos ante la arquitectura griega o ante un
texto griego sin ser necesariamente griegos, pero que nos hacemos griegos al
descubrir, en cada obra griega, toda la historia y, como dijo un gran
helenista que es Saúl Tovar, esa unidad polimorfe que es Grecia, Hellás,
diversificada en sus distintas ciudades y unificada, cada vez a su modo, en los
sucesivos siglos. Lejos están de ser profundamente helenistas los de Amanecer
Dorado, que en su afán nacional(social)ista, no se dan cuenta de que no son
sino importadores de ideologías occidentales, en ese sentido, ya que dan a
Grecia la impronta de raza cuando en realidad, no es nada más ni nada menos que
una cultura.
Ser
helenista es sentir a Grecia en cada retoño de esa cultura milenaria, y ver que
cada retoño de ella es en sí mismo un legado, y que en ese legado a su vez hay
otros tantos legados (Castillo Didier reconoce bien esto). No se trata sólo de
las grandes obras de un Eurípides, ni de la cerámica de un Polignoto, ni de la
escultura de un Fidias, ni de los versos délficos ni de las inscripciones ni de
las leyes de un Licurgo o un Solón, no: es también la vida candente del pueblo
griego en los cafés y las tabernas, es también la música de un Xatzidakis, es
también la novela de una Alki Zei, también el mundo al que se entra al entrar
en una iglesia bizantina, adorar a una Glikifilusa, encender una vela mientras
se escucha el retumbante eco de un coro que adora al Kirios, símbolo de la vida
de un pueblo profundamente religioso y que frente al invasor turco y al buitre
occidental (culturas que, sin embargo, no pudieron evitar ser cautivadas, cada
una a su manera, por el genio griego, al punto de convertirse en sus herederas,
como sucedió también con las culturas balcánicas y la cultura grecobudista, en
los confines del imperio de Alejandro) se valió de sus legados para perdurar
aún en las condiciones más extremas. Y sobre todo se valió de la transmisión de
sus valores y lograr con ello que sus valores tengan actualidad; así lo reconocen
Schadewaldt o Finley.
Pero ser
helenista no es solamente sentir a Grecia toda en nuestro corazón. Tal cosa
sería dejar de mirarnos a nosotros mismos y contemplar en una visión exquisita
y metafísica, inefable e intransferible, a Grecia. Colocarnos en Grecia y
convertirnos a partir de allí en autistas.
No. Ser
helenista es también pensar y discurrir, y sobre todo, pensar a Grecia. Y
pensar en el otro con respecto a Grecia, que por ejemplo podemos ser nosotros, hispanohablantes
occidentales.
Ser helenista
conlleva encarnar los valores que evocan el legado griego y defenderlos a
través de la transmisión. Y ¿qué mejor transmisión que el ejemplo?
¿Pero
cuáles pueden ser esos valores? Primeramente el griego dice lo que piensa; el
griego necesita expresarse, necesita alzar su voz. Para decir lo que se piensa
se necesitan dos cosas: en primer lugar, la libertad, y en segundo lugar, la
necesidad de otro interlocutor con el cual estoy debatiendo, frente al cual
pretendo hacer valer mi opinión. Por eso el griego es artista, por eso esculpe,
por eso crea, por eso repite (y el griego nunca repite sin aportar algo propio)
y transmite. Pero ser helenista no es, para mí, caer en la erudición o en la
polimatía propia del academicismo que inunda, como una plaga, nuestras
universidades; es intentar poner en práctica el conocimiento para el bien común
(repito: ¿qué mejor transmisión que el ejemplo? ¿Para qué leer, por ejemplo, la
Retórica de Aristóteles si no vamos a intentar aplicar lo que rescatemos de
ella a la hora de dialogar e intentar cautivar a nuestra audiencia?). Los
valores del nómos para la koinonía. La atenencia al nómos para resistir al
poder, irónica paradoja socrática que se oponía a la fuerza como fundamento del
poder. La posibilidad de dar la razón al otro para combatirlo y vencerlo en su
propio terreno. Ser helenista consiste en atender al otro en ese sentido,
porque conceder cuando se debe, decir lo que se debe cuando se debe es una
forma de respetar al otro. Darle la posibilidad de saberse, si así lo creemos
nosotros, equivocado. Aunque debemos cuidarnos de no lograr los méritos
suficientes para que aquello que reprochamos en el otro se nos termine diciendo
a nosotros.
Pero desde
luego existe una Grecia guerrera y una Grecia asesina, negadora del otro ilota,
del otro bárbaro, del otro inmigrante, del otro siervo, que no atiende a
súplicas y apila cadáveres en el Escamandro. Ser helenista implica reconocer
los atentados contra el otro y aprender de ello para no repetirlos. Ser
helenista implica conocer la historia y no taparla. Nada más alejado del
helenismo entonces que el gobierno turco negador del genocidio griego y
armenio, nada más alejado que una República Macedónica que se proclama heredera
de un legado que sólo pudo ser aportado por un griego. Sin embargo, el
helenismo se ve reflejado en la conservación arqueológica de las ciudades de
Asia Menor, que también lleva a cabo el turco, dando una muestra de respeto.
Ser
helenista implica además hacer el esfuerzo de conocernos a nosotros mismos:
¿cómo reconocer al otro sin saber qué somos? Y ¿cómo reconocernos a nosotros
mismos sin saber que existe un otro dios que puede, escondido bajo los andrajos
de un mendigo o la hospitalidad de una pareja de ancianos, destruirme si me
creo autosuficiente respecto para con el destino y el mundo circundante? Porque
ser helenista implica ser autárquico y autónomo, pero no implica serlo sin el
reconocimiento del otro. El individuo reducido a su propio interés y a sus
“derechos de autor” es un invento occidental moderno, la libertad y la
autonomía del individuo entendidas como tal traen consigo los problemas que hoy
podemos observar en nuestras sociedades, que pese a los grandes esfuerzos
insitucionales no logran vencer la apabullante dinámica del mercado, ámbito en
que impera un darwinismo tal que el concepto de libertad individual se coloca
como alfa y omega de su justificación. Y tal libertad no es otra que la
libertad del poderoso, totalmente contraria a la libertad que defendería un
helenista, porque, en pos de conseguir y ejercer esa libertad, nos convierte en
aves de rapiña dispuestas a trepar en los puestos académicos o jerárquicos
pisando la cabeza del otro.
Ser
helenista es actuar de la forma propia en la circunstancia justa: templanza y
moderación del alma a veces, plenificación del disfrute y goce del cuerpo
otras. Es disfrutar de la vida sin olvidar dónde estamos y de dónde venimos.
Ser
helenista es también reconocer valor a la política y reconocer que ser
apolítico, además de una caradurez imposible de ser llevada a la práctica,
representa una carga para el otro. Ser helenista implica poner la política por
encima de la economía.
Ser
helenista implica ser juez que sea justo en la repartija (nómos) y otorgue su
respectivo valor a cada opinión (lejos está el posmodernismo de encarnar un
valor helenista, en tanto sopesa todas las opiniones de igual forma y con ello
deja espacio a que el mercado, es decir, la tendencia, deje que valore las
opiniones de los hombres, en tanto la opinión que más se hace oír, a través de
los medios de comunicación, es la que vencerá); ser helenista no necesariamente
implica ser demócrata pero sí al menos ser más democrático que darle la palabra
sólo al oligarca, como se hace en Occidente: ser helenista es tener la dignidad
de un Diógenes ante Alejandro y hablar como Tersites en una asamblea, así como
otorgarse la posibilidad de escucharlo si nos tocó ser Alejandro o Agamenón.
Pero también es ser consciente de que Tersites puede burlarse de eventos
desafortunados y acarrear su propia ruina por ello.
Ser
helenista es instruirse en el mito y confiar en la palabra que comunica, que
pone en común. Pero aquella instrucción puede convertirse en credulidad si no
educa con el ejemplo para ser mejores para con el otro, y esta confianza puede
convertirse en ingenuidad si no se aclara con precisión aquello que se quiere
decir.
Ser
helenista es enseñar a otro a serlo, es reconocer la importancia de la
transmisión, como lo hacen Davis Hanson y Heath. Pero fundamentalmente ser
helenista es aprender a serlo todos los días, aprender por otro y con otro.
Ser
helenista es ser consciente de los valores políticos y ciudadanos que él mismo
encarna y es ser consciente de la responsabilidad que asume en la transmisión
de los mismos. Ser helenista es ayudar a otro a ser helenista.
Y más que
nada, ser helenista (como lo han visto ustedes conmigo) es tomar una posición (y
asumirla, como Rodríguez Adrados) ante el juego incesante de contradicciones
que Grecia, en su historia, en su mito y en su pensamiento, nos propone.
Contradicciones que bien halló un Vernant, que bien bosqueja Pedro Olalla.
jueves, 2 de abril de 2015
Poema escrito en Griego Moderno
Pero también hay desierto en Grecia
No importa,
amigo mío,
si viajás mil
kilómetros
para ver las hermosas
chicas
de Grecia.
No importa cuán
lejos huyas
de tu dolor, de
tu tristeza,
de los males de
tu patria
y de la lucha
de todos los
días
por encontrar
un lugar
en este mundo,
si buscás el
buen vivir
por arriba y
por abajo.
Allá vas a
encontrar eso
Y todo lo otro que quieras.
Porque allá vas
a encontrar las chicas
y serás feliz,
quizás.
vas a encontrar
el viento de Miconos,
la pureza del
mar,
te vas a sentir
fuerte como el viento
y puro como el
agua.
vas a encontrar
las grandes piedras
y los árboles
aun más grandes,
los montes con
las Musas y con Zeus
que te van a
decir algo al oído.
vas a encontrar
la inmortalidad de Atenas,
el pasado que
no se fue
y no se va a ir,
los mejores nenes
en la Torre Blanca
y los más
queridos amigos,
a Alejandro, a Filipo,
a Alejandro, a Filipo,
el agua barata
y el vino dulce,
y la cerveza,
la tradición,
lo
contemporáneo y lo inexorable,
el paso del
tiempo,
la nostalgia de
Odiseo,
las canciones
de Homero
y de sus hijos,
en las tumbas
micénicas el púrpura
del jefe
Agamenón,
en Creta la
alegría
de la vida
ardiente del pueblo
en la taberna y
en el bar.
Y la filosofía
de Sófocles
en el teatro de
Epidauro,
la isla de
Lemnos en el corazón del Egeo,
y la belleza de
Santorini,
el Asia Menor
con Tales
y Heráclito, el
sur de Italia
con Parménides
y Empédocles,
las iglesias y
los acritas
de una patria
perdida.
Todo eso vas a
encontrar y todavía más.
Pero, si no
crees en la magia
de la historia,
ni en el mito,
ni en la razón,
ni en lo divino
de la vida,
ni en el
reconocimiento de tus errores,
y no te conocés
a vos mismo,
quizás (no lo
sé exactamente,
mi lucha está acá),
si sos tan estúpido
e ignorante,
sólo vas a
encontrar el desierto allá,
pero, y es
extraño,
ni siquiera vas
a poder darte cuenta
de que también
hay desierto en Grecia.
Pero también
hay desierto en Grecia.
Κὶ ὅμως ὑπάρχει ἔρημος στὴν Ἑλλάδα
Δὲν πειράζει, φίλε μου,
ἂν ταξιδέψεις χιλιὰ χιλιόμετρα
γιὰ νὰ δεῖς τὰ ὡραῖα κορίτσια
ἀπὸ τὴν Ἑλλάδα.
Δὲν πειράζει πόσο μακριά θὰ φύγεις
ἀπὸ τὴν λύπη σου, ἀπὸ τὴν ὀδύνη σου,
ἀπὸ τὰ κακὰ τῆς πατρίδας σου
καὶ ἀπὸ τὴν ἀγωνία
ὅλων τῶν μέρων
γιὰ νὰ βρεῖς ἕναν τόπο
σὲ αὐτὸ τὸν κόσμο,
ἂν ἀναζητήσεις τὴν εὐδαιμονία
ἀνωχῶρι ἢ κατωχῶρι.
Θὰ τὴν βρεῖς ἐκεῖ
καὶ ὅλα τὰ ἄλλα ποὺ θέλεις.
Γιατὶ ἐκεῖ θὰ βρεῖς τὰ κορίτσια
καὶ θὰ εἶσαι εὐτυχισμένος, ἴσως.
Θὰ βρεῖς καὶ τὸν ἄνεμο τῆς Μυκώνου,
τὴν καθαρότητα τῆς θάλασσας,
θὰ αἰσθανθεῖς δύνατος σὰν ὁ ἄνεμος
καὶ καθαρὸς σὰν ἡ θάλασσα.
Θὰ βρεῖς τὶς μεγάλες πέτρες
καὶ τὰ μεγαλύτερα δέντρα,
τὰ βουνὰ μὲ τὶς Μοῦσες καὶ τὸν Ζήνα
ποὺ θὰ σοῦ ποῦν κάτι στὸ αὐτί.
Θὰ βρεῖς τὴν ἀθανασία τῆς Ἀθήνας,
τὸ παρελθὸν ποὺ δὲν ἔφυγε
καὶ δὲν θὰ φύγει,
τὰ καλύτερα παιδιὰ στὸ Πύργο τὸ Λευκό
καὶ τοὺς πιὸ ἀγαπημένους φίλους,
τὸν Ἀλέξανδρο, τὸν Φίλιππο,
τὸ φτηνὸ νερὸ καὶ τὸ γλυκὸ κρασί,
καὶ τὸ μπίρα, τὴν παράδοση,
τὸ σύγχρονο καὶ τὸ ἀνηλές,
τὴν διάβαση τοῦ χρόνου,
τὴν νοσταλγία τοῦ Ὀδυσσέα,
τὰ τραγούδια τοῦ Ὁμήρου
καὶ τῶν υἱῶν του,
στοὺς Μυκηναϊκοὺς τάφους τὴν πόρφυρα
τοῦ ἄνακτος Ἀγαμέμνονος,
στὴν Κρήτη τὴν χαρά
τῆς καυτῆς ζωῆς τοῦ λαοῦ
στὴν ταβέρνα καὶ στὸ μπάρ.
Καὶ τὴν φιλοσοφία τοῦ Σοφοκλέους
στὸ θέατρο τῆς Ἐπιδαύρου,
τὸ νησὶ Λήμνου στὴ καρδία τοῦ Αἰγαίου,
καὶ τὴν ὀμορφιὰ τῆς Σαντορίνης,
τὴν Μικρὰν Ἀσίαν μὲ τὸν Θάλη
καὶ τὸν Ἡράκλειτο, τὴν Νότια Ἰταλία
μὲ τὸν Παρμενίδη καὶ τὸν Ἐμπεδόκλη,
τὶς ἐκκλησίες καὶ τοὺς Ἀκρίτες
ἀπὸ μίαν χάσιμη πατρίδα.
Τόσα θὰ βρεῖς ἐκεῖ καὶ ἀκόμα περισσότερα.
Ἀλλὰ, ἂν δὲν πιστεύεις στὴν μαγεία
τῆς ἱστορίας,
οὔτε στὸν μῦθο, οὔτε στὸν λόγο,
οὔτε στὸ θεῖον τῆς ζωῆς,
οὔτε στὴν ἀναγνώριση τῶν λάθων σου,
καὶ δὲν γιγνώσκεις σαυτόν,
ἴσως (δὲν τὸ ξέρω ἀκριβῶς,
ἡ ἀγωνία μου εἶναι ἐδῶ),
ἂν εἶσαι τόσο νήπιος καὶ ἀδιάφορος,
μόνο θὰ βρεῖς τὸν ἔρημο ἐκεῖ,
ἀλλὰ, καὶ εἶναι παράξενο,
οὔτε καὶ θὰ μπορέσεις νὰ σημειώσεις
ὅτι καὶ ὑπάρχει ἔρημος στὴν Ἑλλάδα.
Κὶ ὅμως ὑπάρχει ἔρημος στὴν Ἑλλάδα.