El Movimiento Peronista (o Justicialista, para evitar el personalismo), genuino fruto del Pueblo Argentino, que tiene como columna vertebral el movimiento obrero organizado, contó en sus inicios con 3 ramas: la rama sindical, la rama política y la rama femenina. Durante los '70, se incorpora una cuarta rama, la de la Juventud Peronista.
Acorde con el parecer del Lic. Guillermo Moreno, cuya prédica doctrinaria es maravillosa pero cuya praxis política, en particular la de los últimos meses, tiene merecidísimos detractores, el Movimiento Peronista debe incorporar 3 ramas más: la rama empresarial, la rama de los movimientos sociales y la rama de técnicos y profesionales. Moreno, que por desgracia, como la voz del que clama en el desierto, ha decidido dirigir su prédica a un electorado al que jamás logrará enamorar, apunta a la armonía entre capital y trabajo, a darle voz a los excluidos del sistema neoliberal-progresista y a la valorización del conocimiento.
Sin embargo, donde el peronismo ha hecho agua, y parece querer persistir en ello, es en el aspecto educativo.
El esquema educativo liberal, realizado en nuestra Patria bajo el esquema mitrista-sarmientino, es un paroxista defensor de la formación técnica. ¿Por qué este hincapié de la educación liberal en la formación técnica? Porque la educación bajo esos términos solo desea buenos empleados, buenos productores, buenos recursos humanos. Esa es la base de la educación mitrista-sarmientina.
La educación en el peronismo no ha presentado grandes diferencias con el esquema liberal. En efecto, de lo que se trataba era de aceitar aún más la formación técnica, para que el obrero se especialice. El intento peronista de industrializar la Argentina debía tener un sistema educativo que contribuya a crear, en los agentes de esa industria, particularmente el movimiento obrero (verdadero motor humano de la industria), agentes formados. Lo dice el propio Moreno: "técnicos y profesionales". La educación peronista, por lo tanto, estuvo alejada del ideal humanista y cristiano que su doctrina, y el propio discurso de Perón "La comunidad organizada", sí ostenta.
Para colmo, las políticas educativas del peronismo, en sus primeros gobiernos, se han decidido a tener un cuño adoctrinante, mas no doctrinario: por innegable influencia del fascismo italiano, la educación fue dirigida a ensalzar las figuras de Juan Domingo Perón y de Eva Duarte de Perón, reemplazando el clásico "Mi mamá me ama" por "Evita me ama".
Las sucesivas figurillas políticas que han enarbolado el mástil, manchado de sangre de argentinos, de la infame bandera del antiperonismo, en esto, y posiblemente solo en esto, han tenido razón. La educación antiperonista, furibunda y sanguinaria reacción que termina entroncando históricamente con la educación de cuño mitrista-sarmientino, retorna, también él, a las consignas liberales de mera formación técnica.
En los últimos años, incluso bajo gobiernos peronistas o autoproclamados como tales, no se ha hecho ningún progreso.
Bajo el ala neoliberal durante los gobiernos de Carlos Menem (1989-1999), la Ley Federal de Educación del año 1994 ha condenado a la educación argentina a la pobreza y ha cimentado la meta: la formación de buenos empleados, vieja idea liberal pero con el componente atroz del descarte empresarial, cuyo auge venía de la mano con las privatizaciones y con la destrucción del ferrocarril y del aparato industrial, este último en persistente crisis desde Martínez de Hoz. Dicho descarte contribuyó a cimentar el individualismo. Durante el liberalismo previo a los años '90, podía haber en el empleado, al menos, una idea de "ponerse la camiseta" de la empresa. Ahora que la empresa descarta a los empleados como a los jugadores de fútbol, ¿cómo podría formarse acaso, en el terreno laboral, la idea de que hay algo que trasciende mi propia individualidad? Sin la dignidad de poseer una idea de trascendencia, aunque esa trascendencia sea tan miserable como la de una empresa, el trabajador solo puede poseer metas individuales.
(Paradójicamente, durante los '90 hubo un intento, a través de las figuras de Diego Maradona y Eric Cantona, de sindicalizar a los jugadores de fútbol, que a largo plazo fue medianamente efectivo.)
En la última oportunidad peronista de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner (2003-2015), en las últimas bocanadas de aire fresco para los argentinos, el aporte material a las escuelas, a las universidades y a los organismos de investigación como el CONICET resulta innegable hasta para el más acérrimo antiperonista. Lamentablemente, la validez de las leyes menemistas no se puso en cuestión. Por otro lado, particularmente desde el fallecimiento de Néstor acaecido en 2010, la educación fue cada vez más progresista en la teoría y constructivista en la práctica (siendo el experimento más aberrante el llevado a cabo en la provincia de Río Negro). Progresismo y constructivismo que resultan a la vez superficiales y mediocres. Bajo la consigna de que "la patria es el otro", sus esfuerzos antidiscriminatorios o antiestigmatizantes han llevado al intento de modelar una subjetividad flexible, inclusivo, acogedor del otro, de la otra o de le otre. Creemos que esto es bueno. El problema consiste en la concepción de verdad subyacente en el progresismo, según la cual la verdad de un individuo es tan válida como la del otro individuo. Bajo esa concepción, pierde de vista la comunidad en la medida en que se pierde el componente comunitario en la construcción de esa verdad. El vínculo que propone una educación progresista es el de individuo con individuo, el de yo-individuo con el otro-individuo. Fomenta la amistad, la tolerancia, pero no la comunidad. La comunidad es el verdadero lazo de unión de los individuos en cuanto que propone una meta común allende las metas individuales. En cambio, la tolerancia, aun con todas sus bondades y bienintenciones, constituye un laissez-faire de las metas individuales; deja que cada uno siga su camino sin detenerse a pensar en una meta común. La tolerancia es, en realidad, no es el punto de partida para concebir una comunidad; más bien es el emergente de la comunidad, en la medida en que la tolerancia debe darse entre individuos que ya se hallan informados con la meta común de la felicidad del pueblo y la grandeza de la patria.
Curiosamente, esto va de la mano con el constructivismo: si yo pregunto a los jóvenes qué es un sustantivo, o mejor, qué les parece que es un sustantivo, todos los alumnos dirán sucesivos disparates que culminarán en una "verdad". Y a partir de esa "verdad" se construye el "conocimiento". La verdad así construida no es sino edificada con la suma de individualidades, y por lo tanto no es de ninguna manera "común" pese a que se use esa denominación. En cuanto que está basado en la autopercepción y la subjetividad, fomenta el individualismo y la destrucción de una idea comunitaria de verdad, de una verdad que es algo más que una sumatoria de verdades individuales.
Neoliberalismo y progresismo, entonces, confluyen en la formación de una subjetividad individualista. En ningún caso sus bases admiten cuestionamiento. El neoliberalismo es revolucionario (y como sucede con toda concepción revolucionaria, si alguien la cuestiona, muere) porque propone el individualismo como "lo nuevo", y conservador porque no cuestiona el statu quo. El progresismo, en cambio, es revolucionario en el mismo sentido que el neoliberalismo (hay que aceptar aquellas "subjetividades nuevas"), pero también (aunque superficialmente) lo es en la medida en que cuestiona el statu quo en aquellos casos donde hay una discriminación simbólica. "Tu verdad, mi verdad", "todo bien". Por lo tanto, ambos son adoctrinantes, precisamente por su carácter revolucionario, pese a que ambos, por igual en su prédica pero por separado en sus motivos, se declaren enemigos del adoctrinamiento.
En la práctica, la confluencia-alternancia del neoliberalismo y progresismo (básicamente, la combinación del descarte empresarial y el recogimiento del individuo en su mismidad, tanto en sus metas productivas como en sus reivindicaciones identitarias) lleva a resultados catastróficos. La pretendida inclusión, bienvenida si se trata de un esfuerzo por no discriminar, ha hecho estragos con la incorporación de chicos con retraso madurativo, producto de la mala alimentación que han recibido desde los tiempos de su albergue en el vientre materno (léase: durante gobiernos neoliberales). Eso lleva a una "nivelación para abajo", porque los contenidos se adaptan a los incluidos. Mucho más preocupante, y que también lleva a una "nivelación para abajo", es la disolución de un sistema de premios y castigos. Todos reciben premio por igual: si se les enseña que 2+2 es 4, y todos repiten que 2+2 es 4, reciben premio pese a que es el promedio. Y el que logró intuir que 2+3 es 5, recibe el mismo premio que el promedio general. Y al que dice que 2+2 es "pez", se lo premia de todos modos por el esfuerzo, porque de todos modos ha construido una "verdad", por más falsa que dicha verdad sea. Así, todos son premiados desde el primero al último por igual, ¡no sea cosa que un padre venga a reclamar al maestro "¿por qué le puso esta nota a mi hijo?"! Todos pasan de grado, y todos pueden llegar a la universidad sin saber. Lo que importa es el papel, el título, para incorporarme al mercado y ser productivo en la medida en que no sea expulsado del sistema con la pérdida del trabajo. La eliminación progresista de las discriminaciones (por más que reconozcamos sus bondades) es perfectamente coherente con la idea neoliberal que reduce al ser humano a su capacidad productiva. Y esto pasa también entre los maestros: todos tienen 10 en sus cuadernos de actuación; entonces, como reza el tango, "es lo mismo ser un burro que un gran profesor".Las políticas educativas de los gobiernos de Mauricio Macri (2015-2019) y de Alberto Fernández (2019-2023) se han desempeñado perfectamente en esta dinámica, ya que ambos fueron precisamente los representantes más conspicuos de una y otra tendencia (uno oligarca-neoliberal, el otro progresista socialdemócrata). La idea del infame Esteban Bullrich, para quien hay que enseñar a disfrutar la incertidumbre de no poder satisfacer las necesidades básicas, fue de la mano con un progresismo insípido y masoquista, al que en verdad le gustaba ser golpeado discursivamente por los medios hegemónicos ("pegame y decime chorro"). El confinamiento por la pandemia del COVID-19 no ha hecho más que cimentar la idea, ya que a ese individualismo que se proponía, de manera más o menos inconsciente, en el aula, se le sumaba el individualismo efectivo producto del encierro en la casa.
Dos procesos merecen ser mencionados aquí: en primer lugar el minado de los derechos laborales, iniciado con el destructivo gobierno de Mauricio Macri, y el surgimiento de nuevas relaciones laborales (léase Pedidos Ya, Rappi, Uber, etc.) producto de una flexibilización que, aunque no tuvo su correlato en la ley, sí se dio de facto, y que da al individuo la sensación de que es un "emprendedor". Paralelamente, la actividad sindical, ya de por sí vapuleada, ha sido llevada a un grado de demonización nunca visto en la historia (¿dónde está el sindicato de delivery, dónde el de los diseñadores gráficos?). En segundo lugar, el auge de las redes sociales, que llevan a que cada uno se informe de manera totalmente "personalizada" (típico eufemismo para referirse a la atomización del individuo), sesgando aún más la experiencia del mundo que ya los medios de comunicación hegemónicos venían sesgando. Con la ayuda de un algoritmo que fomenta la dopamina del individuo mostrando "más de lo mismo", endureciendo el núcleo identitario y con ello provocando la falta de tolerancia ante aquello que ese algoritmo ha contribuido a presentar como "lo distinto".
La dinámica de relaciones creadas con las redes sociales, donde supuestamente todos podemos publicar nuestro contenido y se democratiza el conocimiento, donde supuestamente todos somos "protagonistas", en realidad se trata de la creación de una dicotomía "influencer-seguidores", donde estos últimos aceptan, casi sin dilación, todo lo que dice el influencer, y si el influencer difiere con el seguidor, o el seguidor ya no lo sigue, o el propio influencer lo bloquea; se elimina la diferencia no en la búsqueda de lo común, sino en la idea progresista de que cada uno siga su camino. Con lo cual, la dinámica del algoritmo no es contradictoria ni inconsecuente con el progresismo de "tu verdad, mi verdad", más bien todo lo contrario. Y semejante dicotomía hace que se cree, no un "protagonismo", sino un "protagorismo", donde el influencer es una suerte de Protágoras con su verdad individual a cuestas, donde importa más la sofisticación de las palabras o de las formas que el contenido de verdad que ellas tengan, mientras que los seguidores lo siguen a coro, unos a la izquierda y otros a la derecha, cuidando siempre de estar detrás de él, como retrata magistralmente el diálogo platónico. La dinámica del algoritmo es la dinámica de una sofística, donde se crea una distancia entre sofisticado y seguidor.
Así las cosas, ¿podríamos haber esperado algo mejor que el surgimiento de los "libertarios", jóvenes que, queriendo salir del adoctrinamiento neoliberal-progresista, han caído sin embargo en un adoctrinamiento tremendamente más furibundo, fruto de la ignorancia a causa de la educación deficiente, fruto de la falta de herramientas para hacer frente a los peligros del consumo de las redes sociales? ¿Cómo no caer, bajo la más miserable trampa del algoritmo, en la prédica de un individuo psicótico y psicópata llamado Javier Milei, que se llenaba su espumosa y babeante boca, como la de un perro rabioso, hablando de libertad y de propiedad privada? ¿Cómo no caer en una trampa tan "sofisticada" (y a la vez, tan elemental) como la prédica superficial de la libertad que ese algoritmo nos dio, algoritmo que es el fruto más acabado del mecanicismo causal de la programación?
Ambas tendencias políticas y el efectivo encierro de la cuarentena confluyó en algo mucho más terrible... lo más grave de todo esto es la disolución de un fin, de una meta, de la educación. Hasta el gobierno de Macri, la educación nacional preparaba para ser buenos delivery, gente que solo necesita conducir un vehículo
para llevar pedidos de clientes lo más rápidamente posible. Se trata de
formar gente que no tenga idea de trabajos en blanco, y mucho menos
sindicalizados. Se destruye la idea comunitaria del trabajo en pos de un
supuesto desarrollo individual que, como señala bien Byung Chul Han,
conduce a la auto-explotación. Un emprendendurismo muy semejante a una esclavitud de facto, que no goza de ningún
derecho y que se jacta de ello, que toma la pérdida de derechos como un
desafío y la pérdida de visión comunitaria como la liberación de un
obstáculo. Este sistema forma gente que no piensa, forma bueyes con
ojeras que tiran de un arado, motivado con una zanahoria que nunca
alcanzará y cuyo hilo nunca verá. Un sistema que forma, como dijo Aristóteles, esclavos por naturaleza.
El gobierno de Alberto Fernández, de manera mucho más pronunciada con Nicolás Trotta, con la cuarentena, ha aceptado por inercia (como prácticamente todo lo llevado a cabo por ese gobierno) esa meta, y producto de esa desorientación y de la cuarentena, se ha llegado a un punto en que ya no se sabe para qué demonios educamos a nuestros hijos. Más aún: ahora que (como rezan los neoliberales y progresistas al unísono) mi verdad vale tanto como la tuya, ¿cómo podría haber una meta común? La meta que queda es la meta heredada, sin chistar.
¿Cómo no se va a llegar así a que Javier Milei, un moderno Polifemo, tan grotesco como atroz, un tipo sin αἰδώς ni δίκη, que considera que la justicia social, o sea, la justicia de Zeus, es una aberración, y que no teme a las leyes porque se considera más poderoso que ellas por influjo de una psicosis mesiánica, sea investido con la presidencia de la Nación Argentina, algo que ni en las peores pesadillas de Mary Shelley pudo haber tenido lugar? ¿Cómo no se iba a abrir así paso al anarcocapitalismo, un mesianismo de cenáculo con sofisticaciones de teoría económica, que de facto no es ni más ni menos que el "segundo tiempo" de Mauricio Macri?
Con todo, la escuela, pública y privada, posee una dinámica que es transversal a todos estos gobiernos y que ha desembocado en esta crisis terminal, sin contenido ni meta. Dicha dinámica es la relación alumno-padre/madre-directivo-maestro. Su consecuencia es la demonización del docente y la exaltación del padre/madre. Veamos: también el padre/madre se ha formado en una educación mitrista-sarmientina, sea bajo el peronismo, sea bajo el antiperonismo. La expectativa que la escuela ha puesto en ellos, a causa de las políticas económicas, no se ha visto cumplida. Entonces, el vínculo resultante entre padre/madre y sistema educativo (cuya cara visible es el maestro que acompaña a su hijo en las aulas) es el de quiebre. Este quiebre lleva a dos vertientes de la relación padre-maestro: o bien el padre/madre desea que a su hijo se le eduque en "cosas útiles" ("¿para qué sirve la filosofía?", "¿para qué sirve la literatura?", "¿para qué estudiar lo que ya pasó?"), cosas que le permitan tener trabajo con celeridad y cumplir las metas individuales puramente materiales; o bien el padre/madre sostiene que, si la escuela no forma a mi hijo como yo quiero, la escuela adoctrina. Respecto de lo segundo, hemos expuesto de qué manera el monstruo bifronte neoliberal-progresista adoctrina, lo cual poco se relaciona con este reclamo del padre/madre. Respecto de lo primero, efectivamente el "contenido humanístico" no tiene cabida ni sentido en una meta educativa como la "propuesta" por el neoliberalismo-progresismo (acaso podría tener más sentido en el progresismo, pero el ala humanista del progresismo termina ostentando en la teoría un subjetivismo muy superficial como el de Darío Sztaijnszraiber, o Darío Szeta para los amigos). A propósito, Darío Szeta, lejos de ser el intelectual del kirchnerismo (en todo caso ese título podrán ostentarlo Ricardo Forster en la última parte y José Pablo Feinmann en la primera, personaje este mucho más interesante que aquel), fue el intelectual de Alberto Fernández. Lo que exigen "los padres" es un conocimiento basado en el esquema mitrista-sarmientino: conocimiento meramente técnico de las ciencias duras, y si se presentan las por ahora inevitables lengua y literatura y ciencias sociales, que sean enseñadas a través de una visión acartonada, mitrista-sarmientina, de la historia. Conocimiento, en definitiva, que forma buenos empleados. Todo eso ha formado, por fuera de la escuela, padres que ostenten esas nefastas banderas.
Por otro lado, los medios de
comunicación hegemónicos, de cuño neoliberal, han hecho todo
lo posible por destruir ese vínculo, primero denostando todas las luchas
sindicales de los docentes, con la consecuente condena de sus salarios a
la miseria y de sus jornadas laborales a la explotación (al menos de
aquellos más comprometidos con su función), y segundo, exigiendo
"conocimiento" mitrista-sarmientino. Mientras
tanto, la escuela, cuyos directivos fueron formados e informados por
esas mismas bases, no ha fomentado el vínculo entre padre y maestro. Por
el contrario, el directivo se alía con el padre para destrozar al
maestro.
De este modo, el maestro, al menos el comprometido, se convierte en un verdadero mártir de este sistema. Mal pago, en condiciones pésimas de enseñanza, aulas abarrotadas de chicos y con múltiples acompañantes de chicos que deberían estar en escuelas especiales, explotado casi hasta la esclavitud, convertido en un burócrata más o menos consciente del desastre que él contribuye a perpetrar, y demonizado por el padre clasemediero que nada entiende y que cree que de su ignorancia deben salir también ignorantes, y por el directivo que exige chicos que pasen de grado y obtención de matrícula. Ni que hablar del sistema laboral docente de "puntaje", verdadera competición burocrática de cuño macdonaldense. Todo ello fomentado y azuzado por los medios de comunicación hegemónicos.
Nuestras escuelas argentinas, sin contenido y sin meta, pero "con 180 días de clase cumplidos" (digo esto para que se vea bien lo perverso de querer que los chicos tengan clase a costa de todo), están atravesando una crisis terminal. Lo triste de todo esto es que, frente a este sistema-monstruo (a este verdadero "cíclope enciclopédico") que combina las peores costumbres del progresismo y del neoliberalismo, el peronismo no ha propuesto nada realmente nuevo. Antes bien, se ha acoplado de manera pendular con cada uno de ellos, primero durante el menemismo con una formación neoliberal y luego durante el kirchnerismo con una formación neoliberal-progresista. Todos confluyeron en la misma meta: formar buenos empleados.
El Justicialismo debe proponer una alternativa en la educación y para ello debe proponer una nueva meta educativa. Dicha meta será, como una luz conductora en las tinieblas oscurantistas del neoliberalismo y el anarcocapitalismo, el fuego que cegará al moderno Polifemo. La estaca será, entonces, una educación doctrinaria y no adoctrinante bajo la luz del Justicialismo, conducida por el Pueblo Argentino y cuya cara visible será un nuevo conductor señalado como jefe desde el pueblo. Una educación en la que se recompongan las relaciones de todos los agentes del sistema educativo y que los intereses burocráticos tengan la menor cabida posible.
Dicha meta educativa será la de formar buenos ciudadanos, no buenos empleados ni obreros. Tal fue la meta de la educación ateniense pre-sofística (por lo tanto, "conservadora" o "contrarrevolucionaria", en el decir del sincericida Santiago Cúneo), y a ella nos remitiremos para proponer las bases de la alternativa a esta educación tan enciclopédica como "ciclopédica", que forma Polifemos (Polifemo: "que dice mucho" etimológicamente) desconocedores de las leyes que a ellos también deberían proteger y que mastican la carne devorada de sus congéneres, ostentando grotesca crueldad y faltos de toda forma de pudor ante el sufrimiento del otro.
Dejaremos la cuestión de quién será el Odiseo que hará que el moderno Polifemo "no la vea". Por ahora, debemos proponer la alternativa.