(Escribí esta epístola en agosto de 2013. La titulé "E-Mail a la juventud helenista de Argentina" haciendo alusión a dos textos: la Carta sobre el humanismo de Martin Heidegger y la "Alocución a la juventud helenista de Rusia", tomada del libro del filólogo Konstantinos Oikonomos llamado Libro sobre la auténtica pronunciación de la lengua griega.)
20 de Agosto de 2013
"Man vergilt einem Lehrer
schlecht, wenn man immer der Schuler bleibt"
(Se recompensa mal a un maestro cuando se permanece siempre
discípulo)
Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra.
A mis coetáneos colegas.
He hecho las debidas introspecciones, aunque bajo su mordaz
vigilancia (a través de este blog). Ha llegado el momento de levantar la mirada
ante ustedes.
Desde antaño se ha dicho que las disciplinas de estudios
clásicos se hallan en crisis (casi desde el mismo siglo XVI en que éstos
comenzaron a florecer en Occidente). Hoy, me atrevo a decir, la crisis es mayor
que nunca. Sin embargo, en esta ocasión sólo se trata de la punta del iceberg,
de un epítome de una crisis mucho más global, que concierne al concepto mismo
de humanidad.
En los estudios clásicos, la crisis no se halla en la
investigación especializada, no: aunque las dificultades para presupuestarla,
si bien nunca del todo socavantes, aumentan, disponemos de excelentes recursos
humanos y un acceso a la bibliografía como jamás ha tenido helenista argentino
alguno. Sin contar el exponencial incremento de posibilidades de comunicación
con cualquier helenista e institución del mundo entero, incluida la propia
Grecia. La investigación (siempre que exista una justificación sólida que
permita presupuestarla e incentivarla) goza de buena salud. Nosotros somos esos
recursos humanos, y lógicamente debemos creer en las bondades de nuestra
respectiva posición individual. Modestamente, creo que tanto ustedes como yo
podemos aportar nuestro grano de arena en este ámbito. Alabo el optimismo
juvenil y yo en este punto soy optimista. A causa de este optimismo me dirijo a
ustedes en este tono.
La crisis, en verdad, está en nuestra obsecuencia y ceguera
para con una tradición que se ha mostrado destructiva para consigo misma y que,
según puedo ver en la amplia mayoría de los casos, estamos empecinados en
continuar. En efecto, esta tradición que veneramos y por la que estamos ciegos
es la que socava cualquier intento de justificar el estudio, la enseñanza y la
investigación de la cultura griega. Pero, ¿ante quién debemos justificar
nuestro quehacer? No ante nosotros mismos; nos parece obvio: existen numerosos
congresos de clásicas en el país y el mundo, y podemos observar la vitalidad de
que gozan nuestras disciplinas, el aire a carne fresca que se respira en las
universidades. El filólogo clásico que habla demasiado de sí mismo corre el
riesgo de resultar redundante y hasta pedante. Sabemos que somos los orfebres,
los relojeros de la palabra escrita. Sabemos que la tradición literaria clásica
es algo que debemos preservar, y sabemos que hacemos bien en hacerlo. Sabemos
que nuestro trabajo no es remunerado debidamente: tal cosa nos desmitificaría;
el incalculable valor de lo inútil y de la acción desinteresada (si no contamos
las líneas de nuestros curricula,
claro). Por desgracia para nosotros, Pierre Bourdieu, desde su campo de estudio,
ha sido capaz de evidenciar que nuestro interés no se halla en el capital
económico, sino en todas las otras formas de capital de las que da cuenta en su
teoría sociológica (cultural, social, simbólico). Y en este punto debemos estar
de acuerdo con él. Nosotros hemos decidido, con mayor grado de conciencia en
cada caso, jugar este juego. En mi caso particular, no me arrepiento de esta
decisión. La filología es un amor sentido, pero no es una mera pasión
inexplicable (como suele suceder en muchos de nosotros): dentro de poco les
haré ver que en mí es también un amor pensado.
¿Radica la crisis en el capital económico que no generamos?
Podríamos decir eso. Pero no olvidemos que las disciplinas que generan capital
económico lo hacen en nombre de determinados intereses (que podríamos calificar
de políticamente hegemónicos): me refiero especialmente al egoísmo, evidente,
tal vez, en nuestra naturaleza humana, psicológica e incluso biológicamente
justificado, pero aún así mezquino. Que estos intereses deban proscribir a las generaciones
actuales el legado de las anteriores, no está muy claro. Por ende, sostener
esta posición respecto del origen de la crisis significa ponerse del lado de
estos intereses, no tomando partido pero sí aceptando su discurso, y por ende,
arrodillándonos ante ellos.
He aquí, entonces, la primera, en el orden lógico, de
nuestras obsecuencias y cegueras. Si nosotros, en nombre de la tradición heredada,
continuamos sosteniendo esto, nos autocondenamos al relegarnos al plano de lo
inútil. Ahora bien, no tenemos por qué sentirnos obligados a decir que nuestras
disciplinas son útiles en algún sentido. Lo que debemos hacer es,
cuestionamiento previo mediante, eliminar la pregunta que sólo pregunta por la utilidad, y junto con ella, los intereses que
hacen derivar la pregunta del por qué en meros términos de utilidad, en meros
términos de un para qué. Precisamente, perderemos la batalla contra ese malsano
utilitarismo, y deberemos ser buenos perdedores, si jugamos en ese terreno del
para qué. Porque en esta pregunta del para qué se condena no sólo la tradición
clásica, sino todo el acervo cultural, sumiendo a
Occidente en la más aberrante inconsciencia de su propia tradición, de su
propia cultura, a la imposibilidad de tomar distancia de ella, a su
consideración como absoluta, a su dominio total, en definitiva. Cosa que puede
llegar a ocurrir dentro de pocos años: el totalitarismo, si no despertamos del
letargo al que nos somete(rá) este criterio utilitarista marcado a fuego en la
oculta mitología de Occidente y también, un poco (pero no tanto para justificar
nada, porque tal cosa sería caer en alguna clase de biopolítica genetista), marcado a
fuego en nuestros genes.
No, nuestro terreno no es el para qué. Nuestro terreno es
el por qué. Y voy a
esbozar una respuesta personal, profundamente personal, a esta pregunta (aunque
no definitiva; sólo tengo 26 años y soy tan joven como ustedes).
Nuestra mayor obsecuencia y ceguera no es la de
disfrazarnos de mendicantes para convertirnos en paladines justicieros del
acervo cultural del mundo, que nos hace correligionarios de una secta con
circulaciones circulares entre especialistas. Ya esto nos deja con una
responsabilidad moral muy grave, como profesionales, como miembros de una
sociedad y como seres humanos.
Nuestra mayor obsecuencia es la de aceptar los fundamentos
intrínsecos de esta tradición. Nuestra mayor ceguera es no ser conscientes del
momento histórico que estamos viviendo.
1. La ceguera impide que justifiquemos adecuadamente una nueva tradición sobre
la que deberá forjarse nuestra disciplina a partir de ahora.
Gadamer nos ha enseñado cómo relacionar nuestros tiempos
con los tiempos de antaño que investigamos, Gadamer y tal vez Mauricio Beuchot,
y toda la tradición hermenéutica de las que ellos figuran como los máximos
emergentes en la actualidad, aunque hay que tener muy en cuenta las duras
críticas de Susan Sontag cuando dice que no necesitamos una hermenéutica sino
una “erótica”. De hecho creo que debemos relacionarnos “eróticamente” con la
cultura griega. En mi caso, se debe, esta vez sí, a una cuestión de gustos.
Pero lo que no se nos ha enseñado (no, tal vez, con la
suficiente insistencia, aunque lo saben, con mayor o menor certeza, quienes se
han hecho a medida del para qué) es el mismo hoy, el hoy en su mismidad; el hoy sub specie aeterni.
El siguiente panorama que daré del mundo es mi propia
visión filosófica del mismo, en las que tal vez remita a hechos, a discursos
actuales y a ideas tomadas de otras filosofías o corrientes de pensamiento.
Reitero que es un pensamiento profundamente personal y por ende subjetivo, dotado de no pocos juicios de valor
sobre diversos temas. Utilizaré una terminología que no necesariamente deba
coincidir con los manuales. Y debo advertir además que es una visión algo
pesimista del mundo, aunque será matizada luego con el optimismo sobre lo que
quiero hacer. Es sólo un intento de comprender lo que está pasando. Una suerte
de arquitectura del
capitalismo.
Puede que esta visión peque de estática. En efecto podría
pensarse una estructura dinámica. Lógicamente este mundo que trato de analizar
es el mundo que quieren las empresas: no todos comparten este proyecto de
mundo, y esto se demuestra en el exponencial incremento de las protestas a
nivel mundial contra estados opresores u obsecuentes para con el poder
económico neoliberal. Pero es el proyectarse, según creo, de los grupos de
poder. El capitalismo no es un zootropo, sin embargo, sino una película con su
propio final feliz. Y las diferencias hacia él lo alimentan, sobre todo
planteadas en términos de dualidad, en términos de dicotomías: cuanto más
grandes son las diferencias, más tajada comercial se puede hacer de eso, porque
siempre se encuentran nuevos “targets”. Lo que pretendo hacer aquí es una mera
“radiografía” de este punto de la historia.
Tres son los lemas que definen al capitalismo (con esta
palabra resumimos "el orden mundial que quieren y están forjando las
grandes empresas y los estados obsecuentes para con ellas") actual, casi
paralelamente a las tres "ideas de la razón pura" kantianas. El
"alma" deviene egoísmo, impulso natural hacia el yo que obliga a
competir. El "mundo" deviene escasez; el mundo es un conjunto de
bienes cuantificables, donde lo cuantificable se vuelve escaso en tanto
cuantificable (lo no-cuantificable es infinito o tiene un valor cualitativo que
no interesa al capitalismo). Y finalmente "Dios" deviene, en la
inutilidad, al menos para la opinión pública, de su presencia en la política y
en la moral (en definitiva, relegable sólo al ámbito de la fe religiosa),
inseguridad, inseguridad acerca de la presencia de justicia. Donde antes había
Dios hoy, en el ámbito público, hay un espacio vacío. No hay justicia divina:
de lo contrario, uno podría salir a la calle sin miedo a que lo maten.
Para satisfacer al egoísmo y hacer frente a la escasez, el
capitalismo pretende el enriquecimiento en el plano de las cosas, en el plano
objetual, cuyo presupuesto es la realidad (se presupone que este plano es REAL, en sentido ontológico,
para legitimar este enriquecimiento). Al mismo tiempo, para combatir la
inseguridad, el capitalismo pretende el control en el plano de las
palabras/imágenes, cuyo presupuesto es la verdad/objetividad (se presupone que
los productos de este plano (es decir, las palabras en cuanto discursos y las
imágenes) son (al menos en principio) verdaderos y objetivos, en sentido
gnoseológico o epistémico, para legitimar el control).
Al mismo tiempo, este orden mundial, bajo la batuta de las
empresas más poderosas del mundo y de los estados nacionales que los apoyan (el
caso paradigmático es el de los Estados Unidos de Norteamérica), pretende crear
una brecha abismal entre productor y consumidor (concebidos en cuanto roles).
Así pues, el superplano del consumo es pequeño en cuanto a su margen de acción,
sólo conformado por la masa individualizada y/o sectorizada de consumidores,
nucleados a veces por unas pocas asociaciones de cada rubro de consumo. A este
superplano se le deja pocas posibilidades de acción: o consume, o no consume. Y
frente a una de estas dos actitudes, puede consumir o no de forma pasiva o
activa (defendiendo o atacando el consumo o no de determinado bien o servicio),
con obvios matices entre estas dos formas.
Por el contrario, el superplano de la producción es
poderoso, pujante, megalómano en cuanto a su margen de acción. No sólo por su
complejidad sino porque todos somos productores en potencia o en acto: incluso
producimos cuando asumimos el rol de "consumidores activos" (aunque,
para lo que pretende este sistema, se deja de ser consumidor si se pasa a la
actividad). Dicho superplano se divide en estos dos planos que son el plano de
las cosas y el plano de las palabras/imágenes, cuyos objetivos y presupuestos
ya fueron especificados.
El plano de las cosas está conformado por una estructura
teórica (donde principalmente se adquieren los distintos capitales cultural,
social y simbólico (el concepto de capital simbólico está tomado de Bourdieu y sea
tal vez la parte más discutible de su teoría sociológica, aunque es central en
ella), p. ej. la escuela, el templo religioso, la sociedad de fomento, etc.) y
una estructura práctica denominada mercado (donde se ponen en juego estos
capitales al igual que el capital económico, cuya adquisición se produce recién
en esta estructura), dividida a su vez en agentes (que incluye a los
intermediarios, que sacan la
mayor tajada en todo el proceso productivo) y productos (bienes, servicios
o productos mixtos).
De los productos de la estructura práctica, nos interesa
destacar cinco clases de bienes: la cámara digital, el celular, la televisión,
la radio y la computadora (y cualquiera de sus fusiones o derivados, como las
Tablet, los iPhone, Smartphone, etc.). Asimismo nos interesa destacar tres
clases de servicios: el cable, Internet y la telefonía. ¿Por qué destacamos
estos bienes y servicios? Porque son ellos los intermediarios entre el plano de
las cosas y el plano de las palabras/imágenes, dentro del superplano de la
producción.
Los impersonales agentes de este plano son los medios de
comunicación, que más bien representan espacios que serán ocupados por
discursos. Puesto que en este plano es donde se halla la verdad y/o la
objetividad (el plano de las cosas, la realidad, o mejor dicho, lo que se da en
llamar realidad constituyen meros datos y per se no conforman ningún discurso),
está claro que, quien posee
a su disposición los medios de comunicación (sea quien sea), posee un aparato
de legitimación bajo el cual sus intereses tienen la posibilidad de
justificarse y hacerse valer. El consumidor de tales medios podrá en efecto
aceptar o rechazar la visión de los mismos (como vemos que sucede), pero el
aparato de legitimación está ahí, preparado para persuadir poco a poco, gota a
gota, e incansablemente, mediante repeticiones hasta el hartazgo, a los
incautos, a los mal informados y a los indecisos, no a la gente con determinadas
convicciones cuasi-inamovibles o bien informada respecto de algo. La
opinión no se determina,
pero sí se condiciona. La
adquisición de los bienes y servicios antes mencionados permiten acceder a
estos espacios.
En este punto se está librando la madre de todas las batallas de
la democracia, entre las grandes corporaciones de medios de comunicación y
los estados elegidos por voto popular que no han sucumbido a sus prerrogativas. Por esto apoyo la lucha de los
estados latinoamericanos populistas contra estos gigantescos
monstruos; porque deseo una democracia que haga honor a su nombre. Y para que eso suceda se requiere pluralidad en el plano de las palabras/imágenes;
no debe concentrarse en pocas manos el poder de los medios de comunicación. No
debe para nosotros constituir ninguna duda que, si ponemos el caso argentino, Héctor Magnetto es el hombre más
poderoso de la República Argentina (y
dentro de pocos meses, tal vez, reafirme su poder, postulando en las elecciones
un candidato sin otro mensaje político que el de "renovar la esperanza" (?), como si la historia argentina
fuese un cuento de hadas) y
que frente a él, el estado argentino actual se halla débil e indefenso. Y esto, aclaro, no me pone del lado
del estado argentino actual, porque también el estado corre el serio peligro
de convertirse en una voz única: me pone del lado del pueblo, porque no quiero que haya una sola voz que
lo condicione, si bien el no-condicionamiento es utópico e imposible y el
determinismo es igualmente una falacia (quiero que se pueda elegir de verdad, que
haya más opciones, más elementos de elección). No me pongo del lado, casualmente,
de los estados neoliberales o conservadores, porque ellos no entran en
conflicto con estos medios, sino que sucumben a su juego (además de que, por
otro lado, me hallo completamente en desacuerdo con sus políticas económicas,
porque tienden a concentrar los capitales en pocas manos).
En efecto, los medios de comunicación se hallan
constituidos por: diarios (editoriales), radio (emisoras) y TV (canales), al
que ahora podemos agregar sin duda Internet, en el que se reproducen y resumen
los tres primeros medios.
El mundo de los tres primeros medios (sin contar con
Internet) es lo que me gusta llamar "el reino de los comentarios" o
"el reino de los σχόλια" (esta es la migaja de participación que se
le da al consumidor en todo el proceso de producción del capitalismo actual).
Por un lado están los espectáculos, sea deportivo (un
mundial de fútbol, por ejemplo), cultural, relativo a la farándula, a la
investigación periodística o a las noticias del día. La contemplación de estos
espectáculos impone una brecha enorme entre el rol de productor y el rol de
consumidor (aunque productor y consumidor pueda ser la misma persona). El
"artista", el "deportista", el "filósofo", etc.
queda, gracias a estos medios, relegado a la categoría de puesto anormal al que
unos pocos pueden acceder y gracias a un talento natural y una luz especial que
los catapultó en el estrellato. Baste comprobarlo con cualquier entrevista
periodística realizada a uno de estos arquetipos-personas, por parte de estos
medios de comunicación que podemos tildar de hegemónicos.
Por otro lado se halla, ahora sí, el intermediario entre
esos superseres maravillosos de fábula y el hombre común, anodino: el periodista. Una suerte de
sacerdote de lo profano. El periodista hace comentarios sobre todo, incluso
sobre su propio comentario. El periodista pone en palabras muchas cosas y
genera, por lo tanto, opinión. De aquí que tildemos a los periodistas como
"formadores de opinión", y a veces reciban el calificativo de
"confiable", "comprometido", etc. Lógicamente, si el periodista
trabaja para una corporación, va a justificar y defender los intereses de esa
corporación; otro tanto si su empleador es el estado. Así que en ningún caso, y
en ningún sentido, podemos hablar de "periodismo independiente": no
existe tal cosa. Aunque esto no debería ser así.
El servicio de telefonía consiste en
mensajería y llamadas, servicio que está quedando cada vez más absorbido por Internet; hablaremos de él, que
es el cuarto de estos espacios de expresión y opinión.
De Internet el capitalismo pretende dos cosas (aunque la
piratería intente hacer lo contrario, intente convertir a Internet en un bien
público, cosa que los estados, en vez de defender las corporaciones, deberían
fomentar): que sea una red
social y que sea una red comercial. Nada más que
eso. Las leyes norteamericanas, como SOPA, que llegó a causar gran revuelo en
el mundo, a inicios de 2012, no son más que la expresión más explícita y
aberrante del deseo de estas grandes empresas de querer hacerse con el control
de Internet.
También se hace presente la publicidad, como un
virus insaciable, en todos estos medios, que también forma opinión,
o mejor dicho, marca
tendencias acerca de lo que
hay que comprar, lo que hay que tener, etc. etc. La tendencia es una forma de
opinión, porque así como me incitan a comprar determinada marca, también pueden
incitarme a votar a determinado político, de manera que los medios pueden
incitarnos a cambiar de representantes de la misma manera en que cambiamos
nuestra ropa íntima. Así pues,
el problema de las democracias representativas (en las cuales los medios de
comunicación juegan un papel centralísimo) es que los candidatos son productos
del mercado.
Volvamos al caso específico de Internet.
Sea concebido como red social o como red comercial, es necesario para el
capitalismo un concepto fundamental a partir del cual tenemos acceso a la
socialización o a la compra: la identidad
del usuario.
La obligación a asumir una identidad en Internet implica:
la posibilidad de la vigilancia sobre nosotros, mediante todo el discurso que
en él producimos (incluido este blog), cuya faceta primigenia es el IP, que
indica nuestra posición exacta en el mundo real, y susceptible de asumirse en
perfiles de usuario, que indican nuestra posición en el mundo virtual. Esto en
cuanto a la persona en una red social. El comentario del propio usuario es lo
que hace nutrir todo el tejido social, con lo cual volvemos al reino de los
σχόλια (que facilita a su vez cualquier investigación de marketing sobre
tendencias, modas, etc.). En una red comercial el avatar último es el número de
la tarjeta de crédito.
Con esto observamos una disolución de dicotomías:
libertad-control (porque supuestamente, cuanto más control, más libertad
tendremos para vagar con seguridad), privado-público (toda acción privada es
susceptible, a través de Internet, de volverse pública). Al mismo tiempo se
acentúa la brecha entre privacidad y seguridad.
De todas maneras, el concepto actual de identidad en Internet atenta, desde su
definición misma, contra la privacidad de las personas y contra su seguridad
también. Contra la privacidad porque
cualquier navegación puede asumir el carácter público con sólo buscar un IP;
contra la seguridad porque nos hace vulnerables a cualquier ataque por parte de
uno de los vigilantes que dice protegerla.
El avance tecnológico no es gratuito. Existe la posibilidad de que estos
artefactos tecnológicos proporcionen a los poderosos un instrumento de control
total.
Cabe preguntarse ¿qué sentido tiene el
control sobre la población? Sólo vislumbro un único sentido: el de condicionar
la población para continuar sin problemas con la obtención de ganancias a costa
de la miseria de muchos. Para ser molestados lo menos posible en eso. No hace
falta la implantación de glándulas del terror o centralización de un sistema
que juzgue a todos. Basta sectorizar e individualizar al consumidor para eso.
Tenga éste las ideas que tenga, como yo. Si uno piensa algo
"incorrecto", el torbellino de opiniones en su contra va a tender a
acabar con uno, primero psicológicamente, y físicamente si esto no es
posible... como por ejemplo, un ACV producto del estrés generado por tensiones
y polémicas.
Pero la identidad no es sólo de los usuarios consumidores o
intermediarios en esta red comercial. La identidad es también la de las
empresas productoras de estos contenidos (que pueden estar o no dentro de
Internet). Y aquí es donde entra en juego el fundamento principal de esta
distribución identitaria: la
ley de Copyright o de propiedad intelectual. En Internet la presencia de la ley
de Copyright implica la posibilidad de que la empresa siga obteniendo ganancias
con sólo hacer una mera copia en un archivo de computadora, sin costo de
producción (aunque no ocurre así con los productos físicos, que continúan
teniendo costo de producción).
Esta es la identidad que se hace valer en el mundo. La identidad vale como autor y el autor vale en tanto
empresa. La identidad vale en tanto posible competidor, en
tanto marca en el mercado. De
aquí que la característica fundamental del mercado sea la nominalización, la
transformación en marca o logo de cualquier producto o frase, publicitaria o
no.
La identidad del detentor del derecho de Copyright (y del
derecho de propiedad, del que el copyright es su sanctus spiritus) es el único
vigente. Y aquí está el centro de la maquinaria del capitalismo actual, el
corazón espiritual del mismo.
Al asumir esta forma de identidad como la única susceptible
de apreciación pecuniaria, ¿qué concepto de identidad ya no le sirve al
capitalismo? Y si en algún
lugar tenemos que ver el fin del humanismo, me parece, es en este punto. Me atrevo a decir, incluso, que
toda filosofía del siglo XXI debe partir de aquí (sí: Querido diario, doy por
inaugurada la filosofía del siglo XXI). Curiosamente esta
ley ha sido consecuencia, entre otras cosas, del mismo humanismo, o mejor, de
la modernidad que surgió históricamente en el desarrollo de algunos de los
principales fundamentos del humanismo.
Esta crisis del concepto de identidad
genera una crisis en el concepto de humanidad, una crisis posiblemente
insalvable. Veamos a qué me refiero.
La empresa, entidad económica que ha pasado a tener gran
relevancia desde la Revolución Industrial, quiere imponer su mitología de orden
total y su moral de competitividad, condenando a miles de seres humanos a la
pobreza y al hambre. Sin contar con las viejas riñas religiosas, racistas y
nacionalistas de antaño que no obstante son reutilizadas en pos del accionar de
las empresas, p. ej. contratando obreros en determinadas regiones para abaratar
costos, etc.
La empresa, con su mitología y moral, coloca y obliga a colocar en un
segundo plano la búsqueda del acervo cultural, en pos de producir capital
económico de la manera más inmediata posible, sin tener en cuenta daños de
ningún tipo. La industria armamentística es la más inmoral en este respecto,
puesto que involucra las vidas de miles de inocentes para justificar sus
ganancias monetarias.
Si las empresas subsidian actividades culturales, jamás
estas actividades podrán ser desempeñadas con la libertad y el
desprejuiciamiento que merecen (como sucede y ha sucedido, por ejemplo, con las empresas
del Polo Petroquímico en Bahía Blanca, en numerosas ocasiones).
En este contexto es clara la crisis del concepto de
identidad, y con ello el de humanidad:
A. Pretensión de eliminación paulatina de la identidad
cultural o local (globalización, cosmopolitismo en el peor sentido de la
palabra, y no en el mejor). Afecta a lo que Marcel Mauss dio en llamar
"rol".
B. Pretensión de pérdida de la soberanía estatal y nacional
(junto con ella el concepto de ciudadano y de nacionalidad). Afecta a lo que
Marcel Mauss dio en llamar "persona".
C. Pretensión de pérdida de cualquier otro compromiso
sentimental que no sea el laboral (el exigido por la empresa). Afecta a lo que
Marcel Mauss dio en llamar "yo".
D. Pretensión de almacenamiento de datos en archivos
informáticos, protegidos bajo la estricta ley de Copyright. La memoria
almacenada en los dispositivos informáticos, o mejor dicho, los servidores de
Google. Y en los restantes medios de comunicación.
Estas pretensiones poseen cuatro grandes implicaciones:
A. Disolución entre el "uso
privado" y el "uso
público" de la razón de la que hablaba Kant en "Qué es la
ilustración". Caso paradigmático: el periodista, que no puede hablar sin
que repercuta en su propio trabajo y en su público. El lógon dídonai (“dar razón”) de Castoriadis debe dar cuenta de hasta
justificar por qué vamos al baño en lugar de responder el mensaje de nuestro
interlocutor.
B. La fragmentación de la identidad en perfiles de usuario o de consumidor que pretende
excluir cualquier otra relación con el mundo (el segundo lema del capitalismo)
más allá de la del consumo, basada en una relación de preferencia con respecto a
nombres o marcas.
C. Pérdida relativa de la memoria en tanto condicionante psicológico y
también sociológico. Mnemosyne está condenada al olvido. Podemos hablar incluso
de una “transubstancialización de la memoria”.
D. Dominio relativo de una razón técnica o instrumental en tanto condicionante
psicológico y sociológico, que prescinde de toda responsabilidad moral más allá
de la requerida para el puesto en una empresa. Este punto a mi juicio es el más
importante.
Con esto, vemos cómo se tambalea el concepto de humanidad.
La identidad se reduce a la mera "persona"
concebida en tanto usuario o consumidor. La identidad está constituida en el
artefacto tecnológico, concebido en tanto dispositivo de salida (lo que sale de
él es su ubicación espacial y sus estados, producciones, etc., lo que deja lugar al control
totalitario) y dispositivo de entrada (producción o reproducción de textos,
fotos, etc., lo que incluye a este blog).
Esta identificación de la identidad con el rostro de
usuario tiene una relación con lo que sucede en la política, aunque una no sea
consecuencia de la otra. Cuando la gente habla de querer cambios en la
política, busca "caras nuevas". Caras nuevas, pero ideas viejas.
Ideas que se postulan como nuevas sólo por el portador. Y que se postulan como
nuevas en tanto propulsan "renovación", "revolución". Todas
ellas palabras hermosas pero totalmente desprovistas de sentido en tanto la renovación
y la revolución (en su misma definición incluso) contribuyen al bienestar de
las empresas en tanto agentes económicos.
Esto del lado de lo útil, lo pretendidamente útil. Una
renovada lucha de clases, lucha en la que el "proletario" sólo podrá ganar si traiciona la
voluntad de la empresa en pos de valores morales más elevados (paz, justicia, equidad, identidad,
privacidad, estos 5 son los fundamentales; sí, también cuento a la privacidad).
Si se infiltra, y no si pretende una revolución. Edward Snowden, el empleado traidor. Julian
Assange. Wikileaks.
Del otro lado, lo inútil, mejor dicho, lo pretendidamente
inútil. Las "humanidades": la filosofía, la filología, la historia.
Lo que conviene que siga siendo "inútil".
Hablaremos de la filología. Tenemos que ponernos a pensar
si ella constituye una alternativa a este enmarañado y perverso proceso de
producción que he descrito, de manera personal y subjetiva.
Este momento histórico exige una nueva justificación de la
presencia de las disciplinas humanísticas.
2. La obsecuencia con la tradición anterior impedirá
fundamentar su conservación y propagación, dado el momento histórico actual.
Debo volver a hablar en tono alto.
Personalmente (y sé que muchos no van a compartir, pero bueno), me indigna que
el joven sea obsecuente y acepte dogmáticamente lo que le han inculcado por
tradición, por fe, etc. Pero también me indigna que su rebeldía carezca de
fundamento al igual que su obsecuencia, siendo solamente destructiva sin
proponer nada nuevo, y quejándose cada vez que puede como un marrano quitado de
las mamas de su progenitora. Mi terreno, el que yo piso, no me da seguridad:
estoy sobre arena movediza y sólo protegido por el amparo de mis argumentos. Si
el huracán de los argumentos en contra demuele mis precarias construcciones
argumentativas, y mis propios prejuicios con ellas, me veré obligado a cambiar
de parecer. Pero sólo caeré bajo el peso de los argumentos.
Rudolf Pfeiffer define la filología como el arte de
comprender, explicar y restablecer la tradición literaria. Nació -dice- gracias
a los esfuerzos de los poetas por conservar la herencia literaria, los
"clásicos", y servirse de ella. Por lo tanto, la filología apareció,
en realidad, como filología "clásica".
La relación de la tradición con la filología es
insoslayable, y la filología en cuanto disciplina ha sido por mucho tiempo la
reina de las ciencias en cuanto a comprensión, explicación y restablecimiento
de la cultura estudiada, no sólo de su tradición literaria. Un ejemplo de ello
es la reacción suscitada en torno a Heinrich Schliemann, por su hallazgo
arqueológico de Troya, a quien acusaron de farsante, en nombre de la tradición
literaria que concebía a la Ilíada y a la Odisea como mitos, en vez de
cerciorarse, efectivamente, del descubrimiento de las ruinas.
Hemos problematizado (nosotros y nuestros predecesores)
esta cuestión de la tradición al hablar de la hermenéutica de la tradición
literaria griega, es decir, al hablar del concepto de lo "clásico",
de la relación que guardan las dos culturas entre sí, la occidental actual y la
griega antigua.
Pero debemos tener en cuenta que la cultura occidental
actual se halla en un proceso de cambio que será irreversible. La cultura
occidental actual requiere que establezcamos con la cultura clásica otra
relación (y la revisión de este concepto es propio de una crítica de la razón clasicista);
es esto o esperar a que nuestras disciplinas se pudran hasta desaparecer por
completo (como de hecho parece que sucederá).
Por otro lado, hemos confundido la tradición en cuanto
legado de los clásicos, con la tradición en cuanto legado de nuestros propios
maestros que sin duda han ejercido un condicionamiento sobre nuestra propia
opinión. En esto radica lo que denomino obsecuencia.
Debemos aceptar y recoger con sumo respeto y cariño el
legado de nuestros maestros (yo intento hacerlo así), pero debemos también
entender la época en que se hallaron y contra qué demonios debieron luchar. Nuestra labor como filólogos está en situar nuestra
propia tradición para revisar, además, la relación entre la tradición de
nuestros maestros y la tradición que constituye nuestro objeto de estudio.
A lo que voy es concretamente a esto: no he visto, ni
conozco, por ahora, a ningún joven que haya puesto en duda ciertos contenidos de
ese legado que, a mi juicio, resultan problematizables y susceptibles de
revisión.
Más concretamente aún, los jóvenes clasicistas (incluimos
bajo esta denominación a los helenistas, en parte) hemos aceptado sin chistar
tres calumnias internacionales contra la lengua y la cultura griegas.
A. La
pronunciación "verdadera" de los griegos es la erasmista, a saber: la
pronunciación que comienza a develarse con Erasmo y sus predecesores y
herederos y que se "confirma" mediante las investigaciones de la
lingüística comparativa, rama de la lingüística iniciada con Karl Brugmann
(cuyos aportes, creemos, no deben ser negados, pero sin lugar a dudas deben ser
revisados al menos en determinados presupuestos en lo que hace a la
pronunciación del griego).
B. Las interpretaciones
filosófico-histórico-filológicas sobre la muerte de la cultura griega
(consecuencia de la caída de Constantinopla), que se evidencia sobre todo en el
imaginario popular (el de la población no universitaria y a veces universitaria) respecto de la lengua
clásica. Como caso paradigmático, tenemos a Hegel, pero también a Nietzsche y a
Heidegger. Tovar y Castoriadis también denuncian esto.
Estos dos elementos, mezclados en un cóctel, dan lugar a determinadas prácticas
concretas de enseñanza, y aquí la tercera calumnia:
C. El método
pedagógico tradicional para la enseñanza del griego es el
método de gramática-traducción, fundado en la tradición de educación prusiana,
que trata en efecto al griego como lengua muerta (más allá de que desde lo teórico se
hable de "lengua de corpus", como lo hace, metiendo el polvo debajo
de la alfombra, Rodríguez Adrados, el más grande helenista que ha engendrado el
pueblo español). Y aquí se pone todo el peso de la
tradición de nuestros maestros, tradición que debemos, como jóvenes
latinoamericanos en este nuevo mundo, cuestionar. Para completar y
legitimar este cuestionamiento hace falta una Historia
de los estudios clásicos en Latinoamérica o una Historia
del desarrollo de la tradición clásica en Latinoamérica.
Estas calumnias e injurias tienen como objetivo "la usurpación de
la lengua y la cultura helénicas a sus legítimos propietarios" (Tovar,
Biografía de la lengua griega, 1990) para no ser molestados, al menos ciertos
clasicistas, en sus interpretaciones sobre la lengua y la cultura
griegas. Occidente (o al menos sus representantes hegemónicos) se apropia
de la cultura griega dejando de lado la continuidad de la cultura griega en la
actualidad. La asumen como muerta para después decir que es suya.
Paradigmático caso es la aclaración de un video en Youtube en el que se ve a un joven
hablando griego clásico. He aquí lo que nuestro joven (cuyo nombre me gustaría
saber) tiene para decir acerca de la pronunciación del griego:
"All I will say is that I think people should choose a system of pronunciation and be consistent. I use the
system developed by Erasmus and largely confirmed by modern linguistics, but I
think the variety of pronunciations and accents used by students of ancient
languages is something to be encouraged, not patrolled. It speaks to the
universality and centrality of the languages and the cultures that produced
them. As I've said, these languages are the possessions of the entire western world, no longer just of Rome and Athens. Telling people
that their pronunciation is terrible does nothing to encourage the study of
these languages and does much to impede and discourage. Before we can worry
about purity of accent and expression, we ought much sooner worry about the
continued life of these languages, which is threatened now more than
ever."
Traducción: "Todo lo que diré es que creo que las
personas deberían elegir un sistema de pronunciación y ser consistentes. Uso el
sistema desarrollado por Erasmo y ampliamente confirmado por la lingüística
moderna, pero creo que la variedad de pronunciaciones y acentos usados por los
estudiantes de lenguas antiguas es algo que debe ser promovido, no censurado.
Habla de la universalidad y centralidad de las lenguas y culturas que las
produjeron. Como he dicho, estas lenguas son las posesiones de todo el mundo
occidental, ya no solamente de Roma y de Atenas. Decirle a las personas que su
pronunciación es horrible no hace nada para promover el estudio de estas lenguas
y hace mucho para impedirlo e inhibirlo. Antes de que podamos preocuparnos
acerca de la pureza del acento y de la expresión, deberíamos mucho antes
preocuparnos acerca de la vida continuada de estas lenguas, que está amenazada
ahora más que nunca".
Debemos decir varias cosas de esta
opinión, a mi juicio totalmente legítima, pero cuestionable. Debo decir, en
principio, que estoy muy de acuerdo con la preocupación acerca de la
continuidad de estas lenguas, ya que se halla amenazada más que nunca (y en mi
caso debo decir que es por los motivos que mencioné).
Pero esta opinión me parece
cuestionable en dos puntos:
1) no podemos inferir que deba haber
variedad en las pronunciaciones a partir del carácter central y universal de la
lengua griega, porque tal cosa es la que justamente atenta contra su
continuidad, formando una especie de "torre de Babel" académica.
Además estamos cayendo nuevamente en el mito de Occidente sobre la lengua y la
cultura griega, arriba mencionado.
Podríamos decir lo mismo del inglés:
podemos decir "bien, no somos hablantes nativos de inglés y entonces
podemos modificar la fonética para adaptarla a la nuestra". Tal actitud es
la que sucede en el ámbito popular. Pero no podemos permitirnos tal actitud en
el ámbito de la enseñanza. El profesor de un idioma se esfuerza por imitar el
sonido propio de los hablantes nativos del idioma que está enseñando, y debe
instar a que sus alumnos lo hagan así, si bien, como alumnos, nos está
permitido un mínimo margen de error.
En la teoría, hay inscripciones que
prueban la antigüedad de la pronunciación moderna. Y en la práctica, es
necesario que adoptemos la pronunciación moderna ya que es la que nos permite
establecer contacto con los griegos. Es en este sentido en que restituimos la
propiedad de la pronunciación a los griegos (no a los griegos actuales, sino a
todos los griegos).
2) ¿En verdad Occidente debe apropiarse de
esta lengua? Con respecto a la lengua griega moderna, está claro que los
propietarios son los griegos. Respecto del griego antiguo, hay que advertir que
es un período antiguo de la misma lengua. Lógicamente, no podemos pensar que un
griego actual, por su condición de hablante natural, es un juez legítimo acerca
del griego clásico (sólo lo es en cuanto se perciben las similitudes con el
moderno).
¿Por qué tiene que haber una
"apropiación" para legitimar su estudio o no? Está claro que el
griego clásico no es hablado naturalmente por nadie. Hay dos apropiaciones: por
un lado, la de Occidente. Por otro lado, la apropiación que hacen los propios
griegos de ella. Pero debemos tener en cuenta que sólo es una apropiación más. ¿En qué sentido podemos decir que
los griegos son propietarios de esta lengua antigua? En el sentido de que fueron ellos
quienes han hablado la lengua naturalmente por siglos, y si bien no la han
conservado exactamente igual, sí la han conservado de forma muy similar, y
porque constituye su identidad cultural. No obstante, la identidad cultural se forma
también sobre un mito. Pero
la identidad lingüística me parece a todas luces incontestable.
Los jueces legítimos en griego clásico
son aquellos que se basan en sus hablantes antiguos a partir de las
producciones textuales que nos han llegado al día de hoy. Pero no son
propietarios de la lengua; tal cosa, incluso con todas las diferencias que
puedan enumerarse, pertenece a los griegos, por la identidad lingüística
(aunque podamos cuestionar, y hay que ver desde qué punto, la identidad
cultural).
La universabilidad de estas lenguas no
quita quiénes sean sus propietarios legítimos. Si ponemos por caso el inglés
antiguo, nadie cuestionará quién es el propietario de la lengua, más allá de
que las personas competentes para enseñarla y ponerla en práctica no sean, por
su alejamiento, los propios ingleses.
Pero, insistimos, ¿por qué debemos
hablar de apropiación para legitimar el estudio de una lengua antigua?
Con lo cual vemos que hay que concebir
en la teoría al griego antiguo como lengua de corpus, como lo hace Rodríguez
Adrados; no, mejor aún, como un período histórico de una lengua viva, como lo
hace Henri Tonnet. En la práctica hay que enseñarlo como lengua viva.
A continuación vamos a hablar
pormenorizadamente de cada una de estas calumnias.
A. Ya hemos en parte hablado de esta
cuestión líneas más arriba. El libro de Michel Lejeune (Phonétique historique du mycénien et du grec ancien, 1972) deja en
claro que hay un conflicto hermenéutico entre la teoría de la lingüística
comparativa y el testimonio de las inscripciones. Ahora bien, ¿qué criterio
debería adoptarse? Yo personalmente opto por el testimonio de las
inscripciones. Hay que destrabar los mecanismos que hacen posible que se adopte
el otro criterio, basado en teorías con presupuestos cuestionables en tanto que
teóricos.
B. También hemos hablado de esta cuestión.
Si hay un punto en que la cultura griega sigue viva, sin duda es a través de la
lengua. Con lo cual volvemos a los griegos actuales. Incluso si pensamos todas
las influencias lingüísticas y culturales que tienen los griegos de los turcos.
C. La pedagogía debe cambiar. El método
llamado tradicional es el prusiano y hemos visto (en los primeros tiempos del
siglo XIX) que ha fracasado para aprender lenguas modernas. ¿Por qué habría de
ser útil a quienes deseen aprender lenguas antiguas?
La pedagogía actual hace que la puesta
en práctica del griego y el latín se convierta en un imposible. Que el griego y
el latín no sean sino sólo cúmulos de palabras, es decir, cúmulos de
conjugaciones y declinaciones que debemos hacer encajar en un texto antiguo
escrito hace muchos miles de años. Cúmulos que responden a la memorización, al
aprendizaje mecánico y a una asimilación y puesta en práctica igualmente
mecánica.
Es decir, bajo los estándares actuales de
pedagogía que empleamos en Latinoamérica, el griego y el latín se convierten en
mera técnica, contribuyendo así al desarrollo de la razón instrumental.
Para colmo, en técnica inútil
(y con este método, por ende, la memoria no se reivindica sino que evidencia aun
más su inutilidad: se confirma la
transubstancialización porque el diccionario es quien guarda todo el
vocabulario de la lengua), puesto que con ellos jamás podremos
comunicarnos con nadie (la memoria en todo caso puede ayudarnos en primer plano
al vocabulario, y en segundo plano a la morfología, sustentada por la sintaxis
y el uso comunicativo; allí se vería reivindicada la memoria). Al menos en el
caso del griego clásico, existe la posibilidad que a través de él podamos
comunicarnos (al menos en parte) con los griegos de hoy en día.
Este método, entonces, confirma la
apropiación de Europa respecto del griego clásico y, si
bien Latinoamérica forma parte de Occidente en grandísima medida (causada por la matanza y expropiación
de tierras a los pueblos que habitaban aquí), queda
excluida de esta apropiación, por la lejanía geográfica con Grecia y al mismo
tiempo por la lejanía que establecemos los propios latinoamericanos respecto de
Europa, obsecuentes en la medida en que siempre la anhelamos míticamente y
queremos parecernos a ella (y viajar), pero rebeldes en cuanto afirmamos
también míticamente nuestra identidad libertada. De Occidente nos hemos
esforzado por liberarnos de España pero nos hemos aferrado a Francia y a
Inglaterra en el siglo XIX. Actualmente en el imaginario popular sólo hemos
renegado de Inglaterra por las consecuencias de la Guerra de Malvinas,
reemplazándola, al menos de momento, por EEUU, país actualmente bastante
cuestionado por cierto.
Otro problema
es el que tiene que ver con las empresas mismas: las empresas deciden tomar
personal capacitado en estudios clásicos, puesto que los métodos de enseñanza
de lenguas clásicas apuntan a desarrollar la capacidad deductiva (¡y la
disciplina!), y con este fin sirve a las empresas y también a los estudiantes
de filosofía, lógica y matemática. Porque, sostienen los estudiantes y muchos
profesores, los mecanismos deductivos de la lógica, la matemática y la
traducción son los mismos. Esto para mí es terrible porque no sólo mediante el
método de enseñanza estamos legitimando el poder empresarial. Es terrible
porque al emplear este método perdemos de vista la cuestión puramente estética
del texto literario antiguo, hacemos que pierda su riqueza fonética, semántica
y hermenéutica a la luz de los diccionarios que proscriben la traducción, por
no enseñar la palabra como herramienta de uso en un contexto comunicativo sino
por enseñarla como unidad máxima de la morfología y unidad mínima de la
sintaxis.
Frente a estas circunstancias, si nos
atenemos a las típicas defensas de los estudios clásicos, habremos salido
perdiendo siempre. Todo por nuestra obsecuencia.
3. Entonces, ¿qué podemos hacer?
¿Tiene Latinoamérica un papel en los
estudios clásicos? Sí: emanciparlos de Occidente. La segunda liberación de Grecia en este
sentido, y sólo en este sentido, tiene que ser llevada a cabo por Latinoamérica: Latinoamérica
no es tan pobre en recursos como África y por eso al mismo tiempo se halla más
occidentalizada que ella. Y Latinoamérica debe reclamar lo que a ella le debe
Occidente. En ella todavía habitan los pueblos que Occidente, en su lógica de
desprecio al diferente, se ha empecinado en exterminar.
¿Cómo puede llevar a cabo este papel? A través del mismo
arte que Occidente ha legado: la filología. Con esto llegamos al punto cúlmine
de nuestra epístola y pasamos del por qué al para qué, en el que antes
corríamos en desventaja: en la medida en que la apropiación occidental (de
Grecia y de Latinoamérica) se hizo principalmente a través de un elemento de
saber y de poder, como es el lenguaje, los estudios clásicos en Latinoamérica
tienen la misión foucaultiana de hacer notoria esa estructura de poder,
rescatar la etimología y usos de un término, hacer un esfuerzo mayor que Europa
por rescatar la cultura griega en su identidad.
Lo dicho incluye también a la arqueología, la historia y a la lingüística así como el resto
de las disciplinas clásicas.
No podemos seguir esperando a que Europa o Estados Unidos
(mejor dicho, la mayoría de sus profesores, legitimados por sus respectivas
universidades) resuelva estas cuestiones. Sin embargo, hay serios intentos de
resolverlas en España y en Italia, por ejemplo, y ellos han sido los
disparadores de estos pensamientos que concibo. España e Italia en su momento
han sido rechazados por la cara más dura de la modernidad europea (prueba de
ello es la cantidad de inmigrantes a Argentina provenientes de esas tierras), y
Grecia todavía más.
Buena parte de la juventud milita por la equidad y reclama
una educación que le permita deslindar las estructuras de poder que coaccionan
sobre las clases oprimidas. La
enseñanza del griego y del latín entonces constituye una piedra de toque
fundamental para deslindar esta estructura de poder y saber tan particular que
es el lenguaje.
Griego y latín, en
su enseñanza como se la venía concibiendo, eran los dos caballos de batalla que
Occidente imponía para hacer valer su mitología. Con esta nueva concepción
observaremos que romperemos el mito de Occidente con mayores garantías. España
observó estas influencias durante mucho tiempo pero pretende ningunear su
influencia árabe que tuvo sobre todo en la Edad Media (tal vez a raíz de la
Reconquista). Occidente ha seleccionado para sí los maestros que han legitimado
su dominación.
Al mismo tiempo, dado que Latinoamérica no se halla en
nacionalismos respecto de Grecia, tiene la misión de apartarse del mito de la
apropiación que los mismos griegos han hecho.
En efecto, la
apropiación mítica de los griegos por parte de Grecia también responde al mito
occidental de los Estados-naciones gestado entre los siglos XVIII y XIX, mito
al que los griegos se han aferrado, “olvidando” sus distintas influencias
culturales recibidas (como ejemplos paradigmáticos, pero no los únicos: Egipto,
Roma e Israel en la época antigua, Arabia en la época medieval, Turquía en las
épocas moderna y contemporánea). En cierto sentido fue necesario para
emanciparse de Turquía. Pero ya no podemos permitir una mistificación
semejante. Y en esto es necesario considerar la propuesta filosófica e
histórica de Enrique Dussel.
Con esta propuesta queda claro cuál debe ser, a mi juicio,
el objetivo de los estudios clásicos en Latinoamérica: propulsar la aparición de un
Segundo Renacimiento. Un
Renacimiento que rompa con los tres presupuestos y asuma nuevas hipótesis, más
acordes con la experiencia, sin basarnos en mitos y en teorías sin confirmación
empírica, sino en la historia y en la lingüística tal como las fuentes nos la
permiten conocer.
Por eso debemos los latinoamericanos asumir este papel. Si en efecto tiene que haber un
Segundo Renacimiento, éste será latinoamericano.
La filología clásica en Latinoamérica
contribuye a observar cuál es nuestra parte occidental. Es deslindar; es situarnos, despojarnos del mito
occidental y del nuestro propio. En el situarse de
Latinoamérica comienza su reflexión filosófica que pretende transformar el
mundo. Y he aquí cómo también
la filología clásica puede contribuir en gran medida a su gran reto interno: la construcción de "una sociedad intercultural respetando las diferencias y
fortaleciendo a los pueblos" que habitaban antes de la conquista europea.
Y dar el ejemplo, al mismo tiempo, a África, a Asia, a Estados Unidos, a Europa.
Y hacer frente al fenómeno de desaparición de lenguas, haciendo lo propio con
muchos otros pueblos.
Una sociedad
intercultural debe desmitificar su “pureza” y aceptar sus influencias
culturales externas. Y esto vale para Occidente, para la cultura griega, para
Latinoamérica y para cualquier otra cultura humana. Valorar al Otro en su
diferencia, considerar al Otro como infinito, según la teoría levinasiana, el
humanismo del otro hombre, dejando atrás el viejo humanismo, que hoy todavía las
universidades europeas y latinoamericanas defienden.
Dicho sea de paso, la identidad cultural será reconstruida
sobre nuevas bases, históricas y no míticas, sopesando adecuadamente cada
influencia, cada técnica. Para Occidente y para Grecia, todo nacionalismo o toda identidad cultural
se construye en base a la construcción de la identidad que incluye a la
alteridad, a las influencias y a las no-influencias. Un nuevo cosmopolitismo
puede surgir en tanto esa alteridad se acepta en la construcción de la
identidad a través de un debate, pero un cosmopolitismo consciente
históricamente. Las “lenguas” y los “dialectos” son constructos teóricos (y
a veces militares; se ha dicho que una lengua es un dialecto respaldado por un
ejército) para dar cuenta de determinados usos lingüísticos. Buscar esa unidad
es propio de la lingüística, pero no debemos absolutizar y salir del ámbito
teórico. Porque en la práctica esto se mitologiza (dando lugar a todo tipo de
interpretaciones identitarias muchas veces nefastas para con el otro).
En el plano individual esto permitirá cada vez más la elección de un modo de vida, la autooperabilidad del hombre de la que hablaba
Sloterdijk, que puede ser racional o no. Se desplegarán las posibilidades
respecto de los modos de vida posibles, por supuesto con influencias parciales
de otros modos de vida. Y al mismo tiempo pensar en la garantía que
posibilitará este nuevo mundo: la democracia,
palabra griega por demás. Democracia
que será más directa y más plural y pluralista.
Con lo cual vemos que una
sociedad multicultural no debe abogar por la erradicación de la enseñanza de estas dos lenguas y
culturas (griego y latín), sino que por el contrario debe promoverla. En esto los filólogos clásicos
sacamos una tremenda ventaja del “poshumanismo”. Y en esto otro también: frente a la
pretensión de la pérdida de la identidad cultural que promueve el capitalismo, la filología clásica puede devolver
a los griegos su lengua (y con ello una parte fundamental de su cultura
actual), situar a Latinoamérica dentro de la tradición de Occidente y emancipar
ambas mostrando a Occidente como apropiador, deslindando las estructuras de
poder que han hecho posible la apropiación de Grecia y de Latinoamérica.
La pronunciación erasmista, la historia de la muerte de
Grecia y la pedagogía han contribuido a la construcción del imaginario popular.
Es necesario erradicar esto y se debe comenzar por el método de enseñanza,
enseñar griego como lengua viva, una vez más. Usuarios de griego y latín
reviven la lengua, restituyen la propiedad a sus legítimos propietarios y nos
emancipa de Occidente no dejando que sean los intermediarios entre nosotros y
la cultura griega (con eso no dejamos que los intermediarios sean sólo los
traductores, los sacerdotes, etc.). Concientizamos nuestro propio uso histórico
de la cultura concientizando el uso que se ha dado a través de la historia de
Occidente y de Grecia) a través de la actualización
activa, radicando en esto para nosotros el concepto de clásico, y no a través de la
recepción pasiva.
De Occidente hemos de tomar lo
mejor: sus disciplinas, sus métodos de estudio, sus corrientes de pensamiento
que tengan en cuenta al otro. De las empresas, también: no cabe duda de que la óptima utilización de los medios de comunicación, sea por marketing, por diseño gráfico, etc., es un elemento que debemos usar a nuestro favor y no menospreciar aquellas herramientas que permiten transformar determinadas cosmovisiones o modos de vida, o modos de ser (resumidos, en el caso de las empresas, en productos y servicios) en intuiciones. Vemos lo eficaces que son estas herramientas en manos de las empresas. No podemos no darnos cuenta de que debemos recurrir a las herramientas audiovisuales para comunicar mejor nuestras disciplinas.
Viene al caso este post que hice para mi página en Facebook:
"El problema de las Humanidades en cuanto a su crisis no es más que un problema de comunicación. Recién ahora estamos empezando a ser conscientes de eso.
La elite de la cultura se definía en el conjunto de personas que sobrevivían al camino arduo de la verdad. Hoy en día, gracias a los avances en comunicación (dentro de los que se halla la adquisición de nuevas tecnologías de información), el camino a la verdad se puede allanar enormemente, y puede todavía seguir allanándose, no para crear una generación de jóvenes anestesiados por la televisión y el confort, sino para crear una generación de jóvenes creativos capaces de resolver problemas, y no meros receptores pasivos de los esquemas de la vieja escuela.
La vieja idea de la elite se cae a pedazos y queda entonces opacada: ya el sabio no es el que transcribe manualmente de memoria las conjugaciones y declinaciones del griego antiguo, sino el que aprovecha los recursos tecnológicos para transformar las herramientas ofrecidas por estos recursos en pos de resolver problemas bien concretos, sean éstos filosóficos, filológicos o pedagógicos.
Si las Humanidades empiezan a ser conscientes de que debe comunicarse, transmitirse a la gente lo que se cocina en las universidades y en los congresos, y no sólo a través de la actividad docente, podremos defender con mucha más solidez la pervivencia de las Humanidades en nuestra educación. Adoptar mecanismos que se remontan a la actividad empresarial, pero con metas radicalmente distintas de dicha actividad.
La modernidad eurocéntrica impone una mundialización devastadora. Para hacer frente a esto no debemos encargarnos de tapar con meros parches los agujeros de nuestras disciplinas humanísticas y menos aún atacar directamente las manifestaciones de la modernidad sin dirección concreta. ¿Por qué? Porque detrás de estas manifestaciones subyacen postulados o principios de carácter histórico-cultural que deben ser refutados (y esto es lo que debe hacer, en mi opinión, la filosofía). ¿Y cómo deben ser refutados? Justamente, no mediante la negación del discurso hegemónico, porque es una actitud meramente defensiva, sino mediante la afirmación del discurso que proclaman los excluidos del proyecto de la modernidad.
En este sentido, los griegos actuales son excluidos del proyecto de la modernidad occidental, cuya cara más manifiesta es lo que ocurre en el mercado, en la economía (que hoy en día es uno de los mayores pilares simbólicos de la cultura occidental). Ya he comentado en otras oportunidades que Hegel afirma sólo la sabiduría de los antiguos, pero destroza en tres contundentes páginas a los griegos bizantinos y a los actuales, a tal punto que, una vez independizada de Turquía, ¡se le impuso una monarquía bávara! Y sus principios constitucionales fueron redactados acorde a Occidente.
No es casual que por esto los griegos de hoy en día se sientan "bárbaros", extranjeros en su propia tierra y lengua, bajos de moral.
Por todo esto defenderé la causa griega con uñas y dientes hasta lo último, aunque sea lo último que haga. Y lo haré desde las Humanidades y con las armas proporcionadas por las herramientas comunicativas actuales."
Hemos entonces propuesto una forma de sacar de su estado de
crisis a las humanidades. Dentro de 15 años (o más o menos) el mundo ya no será
el mismo y los jóvenes de esta era habremos perdido la última oportunidad que
teníamos para hacer frente a la salvajada neoliberal que ya está teniendo lugar
y que llegará a su punto cúlmine.
Nuestra generación está creciendo y es necesario que
aunemos esfuerzos en pos de este objetivo común que me he atrevido a plantear.
Lógicamente, las críticas serán cuantiosas y nos caerán encima como bolas de
fuego lanzadas por catapultas. Pero los que calumnian, los que enmiendan, los
que difaman, no son los que quedan en la historia. En la historia queda quien
la escribe. Somos capaces de escribir la historia de otro modo; no
desperdiciemos esta oportunidad siendo obsecuentes con los mitos falsos y
absteniéndonos, como lo hemos venido haciendo, de los acontecimientos mundiales
actuales.
He aquí una respuesta posible, no
la definitiva ni tal vez la mejor. Pero esta es la propuesta de alguien que
responde, se sitúa, toma una decisión y actúa en base a ella. Corro el riesgo
de creer que es la única respuesta posible. Pero si soy consciente del riesgo,
ya no lo correré. Como ya he dicho, soy joven, y maduraré con el tiempo. Mi
maduración consistirá en generar (y también, por qué no, intentar responder)
nuevas preguntas a partir de esta respuesta.
Sin otro particular, y con
esperanzas de cambio,
Luciano A.
Sabattini
P.D. Sobre el
reino de los scholia (comentarios) cabe hacer una distinción en el plano
mediático y también en el plano académico. Los estudios clásicos son
comentarios de comentarios de comentarios: debe poder traerse a debate actual a
los filósofos antiguos, y con ello habremos puesto un freno importante al
hegelianismo que impera.