Ésta es una especie de carta que escribí ante el pedido de mis compañeros de carrera de comunicar mi postura sobre las lenguas clásicas. En estos últimos meses, los alumnos de Filosofía de la Universidad Nacional del Sur (Bahía Blanca, Argentina) nos hemos reunido para debatir acerca de temas que son de interés estudiantil. Uno de los temas más candentes es el de la permanencia de griego y latín dentro de los planes de estudio (bien como materias obligatorias, bien como materias optativas). Pues bien, aquí escribo mi opinión, completa y sin ediciones.
¿Por qué creo que debemos dejar griego y latín en nuestro plan de estudios?
La enseñanza de griego y latín en una universidad puede hacerse en nombre de dos formas de pensar el mundo: o bien desde una visión panoccidentalista, que los considera la fuente de la que se nutre la cultura actual en la que nos hallamos inmersos, por medio de lo que eufemísticamente se ha llamado “vicisitudes históricas”, o bien desde una visión plural y multiculturalista, que considera el aprendizaje de una lengua (y consiguientemente de una cultura) como medio por el cual rompemos las barreras habituales de nuestro lenguaje y nos abrimos a pensar de formas distintas.
Descarto de mi ideología la primera visión. Esas vicisitudes históricas han sido en verdad genocidios y atentados contra toda forma distinta de pensamiento. La historia de la cultura occidental ha erigido los valores clásicos para aniquilar y/o ridiculizar todo lo que a ella le era ajeno o bien lo que no respondía a sus habituales categorías.
Ahora bien, mal que nos pese, nuestra identidad cultural está formada a partir de esos valores. Entonces, si queremos profundizar nuestra crítica cultural, debemos inexorablemente conocer la génesis de nuestra cultura (la occidental), y familiarizarnos con las categorías de aquello que la fundamentó. Y tal cosa puede lograrse, a mi juicio, de mejor manera, si adquirimos un conocimiento relativamente suficiente de las culturas (y lenguas) griega y romana. Está claro, me parece, que tal conocimiento podrá ser transmitido más eficazmente con la enseñanza exclusiva y pormenorizada (es decir, en una materia preparada a tal fin) de las lenguas bajo las que esas culturas se gestaron. Confiar nuestra sagacidad a una traducción es humillarnos a nosotros mismos y afirmar aquellas formas de pensamiento contra las cuales, creo, un estudiante universitario está obligado a combatir activamente, porque en ese caso preferimos la eliminación a la actitud crítica. Me parece que, si quitamos griego y latín (o bien, si las ponemos como materias optativas sin una mayor profundización de nuestras pretensiones), estaremos atentando contra nuestra propia formación filosófica como críticos de las categorías habituales del pensamiento occidental, puesto que nuestra crítica será infantil (literal y etimológicamente) y espuria a causa de nuestro desconocimiento. Debemos asumir el peso y la influencia de estas lenguas y culturas sobre la nuestra si queremos liberarnos de él y erigir, sobre una base totalmente nueva, otras formas de pensar el mundo en tanto estudiantes de filosofía.
Incluso si ahora no hay especializados, por ahora, en filosofía antigua grecolatina, con el cierre de estas materias estamos cerrando el acceso a quienes en un futuro estas cuestiones podrían interesarle. Por otro lado, creo que estamos de acuerdo en que es innegable que el conocimiento relativamente suficiente de la filosofía antigua es necesario para cualquier estudiante de filosofía que se precie de serlo. Pero renegar de la enseñanza de la lengua para suplantarla de manera casi total por un apartado cultural, es para mí una falta de respeto hacia nuestra propia capacidad y hacia la propia cultura que estamos tratando de enseñar.
Eliminar un idioma de nuestro plan de estudios, o relegarlo a un plano inferior, consiste, según mi criterio, en un empobrecimiento que va en contra de nuestra formación y al mismo tiempo en la afirmación de la exclusión que intentamos combatir, puesto que a partir de ese momento el aprendizaje de esas lenguas estará, resignado, en manos de unos pocos hiperespecializados frente a los cuales nada se podrá refutar, por desconocimiento de la materia. Es, en efecto, realzar el criterio de autoridad dejar el aprendizaje de estas lenguas en manos de los fanáticos y de los traductores, puesto que sólo ellos estarán capacitados para pensar en otros términos, distintos a los que ofrece el castellano (sin poner en duda la riqueza de nuestro idioma o la de cualquier otro), y fomentar el academicismo extremo, contrariamente a lo que podría creerse. Será comportarnos como hienas que defendemos nuestras propias cadenas, como esclavos que agachamos la cabeza ante el amo, que hoy en día es la incapacidad de pensar con categorías distintas y flexibles, reduciéndonos a una forma de pensar. Y, si me disculpan, no quiero pensar más en términos de amo y esclavo. No quiero, y lo combato desde este lugar: enseñando una cultura imperialista y esclavista, mostrando al mismo tiempo su contexto y sus debilidades para poder así pensarla (junto con la nuestra propia) de forma crítica, poniendo en tela de juicio sus valores y relativizándolos. Este pensamiento crítico lo tenemos o lo podemos tener cada uno de nosotros por sí mismos, pero sin un contenido al cual criticar, fracasaremos, creo, en nuestra empresa.
Voy a poner un ejemplo mediante el cual podemos pensar un aspecto positivo y al mismo tiempo uno negativo, de la lengua y cultura griegas. Nos “especializamos” en criticar al platonismo y sus vertientes. Pero en los diálogos (de Platón o de cualquier otro), los griegos utilizaban una forma verbal especial para invitar a su interlocutor a dialogar, o para buscar un consenso. Tal forma es el subjuntivo deliberativo. Sin conocimientos de lengua, vemos, es imposible abordar en toda su complejidad el pensamiento de ningún filósofo, puesto que la conexión entre lengua y pensamiento es a mi criterio insoslayable. Y esta es sólo una característica de la lengua griega: la búsqueda de un diálogo, que nuestra forma de pensar valora positivamente. Que Platón haga un uso malicioso de esta forma es algo que deberemos pensar según nuestro propio criterio. Quiero notar aquí que utilizamos una categoría lingüístico-filológica para develar un aspecto cultural de gran interés que posee consecuencias más o menos directas en el discurrir filosófico. De esta forma, el aprendizaje de un idioma no es filosofía per se, pero sí una herramienta desde la cual incrementamos nuestras aristas de pensamiento. Y esto, me parece, es un aspecto a tener en cuenta si queremos pensar seriamente acerca de nuestra formación.
No es casual que la enseñanza de estos idiomas haya quedado relegada a eclesiásticos puristas logocentristas o a gramáticos estructuralistas recalcitrantes. En nombre de una tradición iniciada en el humanismo renacentista, han erigido un método de enseñanza acorde con sus pretensiones ideológicas, destinada a la repetición mecánica de formas nominales y verbales, desproveyéndolas de toda posibilidad de una lectura comprensiva y crítica, de toda posibilidad del lector de darle un sentido a su lectura, o a su traducción, y a la aplicación de ese método para su lectura. Nuestro debate es un claro síntoma de esto último. Pues bien, tales técnicas son las que debemos combatir como estudiantes, y hacia allí debe estar dirigido nuestro foco de atención. Nuestra época actual hace bien en rechazar estos métodos como perimidos e irreflexivos. Pero colocar en otro plano estas materias, o quitarlas, significa eliminar la posibilidad de cambiar esta coyuntura desde nuestra condición de estudiantes y futuros docentes, y por tanto dejar que las cosas sigan haciéndose de la misma manera.
Como estudiante y joven docente sugiero:
1. Si no hay una modificación global del plan de estudios, dejar estas materias como obligatorias, con sus dos niveles cuatrimestrales de forma tal que el alumno no pierda un año, pero poniendo el primer nivel en el primer cuatrimestre y el segundo en el segundo, con la apertura de excepciones en caso de perder el primer nivel y desaprobar las instancias evaluativas con 4 o 5 puntos.
2. Si existe tal modificación global, colocarlas como obligatorias pero dentro de una macroorientación seleccionable a partir del tercer año, dejando las lenguas vivas como verdaderamente optativas, de las que podrán elegirse dos. Las otras macroorientaciones (además de Filosofía Occidental Europea) serían Filosofía Oriental y Filosofía Argentina / Latinoamericana, como para empezar a pensar un modelo de universidad latinoamericana de forma consciente y seria. Las materias obligatorias o la apertura de charlas informativas deberán aportar criterios adecuados para esa selección. Los especialistas en esas orientaciones elegirán en cada caso qué lenguas serán obligatorias y cuáles optativas.
3. Como estudiantes, expresar nuestro descontento hacia el método pedagógico deductivo de gramática-traducción, proponiendo, sin atentar contra la esforzadamente lograda libertad de cátedra, pero sí abriendo un debate y participando en él, modificaciones en el programa de las materias de forma tal que esté orientado a un método inductivo de comprensión y producción o bien (más radicalmente) a un método comunicativo. Y mantenernos en esta postura a menos que expongan serias y coherentes razones para defender la tradición que, dicho sea de paso, tanto daño ha hecho al estudio de estas lenguas. La otra posibilidad es proponer la apertura de una comisión o de una cátedra alternativa exclusiva para la carrera de filosofía.
4. Fomentar la comunicación efectiva entre Filosofía Antigua, Filosofía Medieval y las cátedras de idiomas de forma tal que exista la posibilidad de debatir que sus contenidos vayan a la par. Incluir a la Filosofía en la enseñanza de las lenguas clásicas es pieza fundamental, según considero, para pensar una propuesta estudiantil seria y eficaz.
Estoy dispuesto a escuchar otras posturas, pero constructivas y flexibles, sin apelar a un pragmatismo que carezca de sentido último o con tintes de resentimiento a raíz de las propias e individuales experiencias. Creo que sabemos que estamos pensando en la formación de nuestros compañeros y/o de nuestros futuros alumnos, y en la nuestra propia. Es necesario seguir discutiendo y debatiendo, sin creer que se tiene razón absoluta, pero sí considerando las posibilidades que abrimos y que cerramos con nuestra postura.
Tampoco debemos creer que el consenso sobre “optativizar” estas materias es general. El consenso entre los estudiantes no es absoluto, y algunos creemos que la pregunta debe permanecer abierta por ahora. En este sentido, creo que abro más de lo que cierro. Porque, ¿qué materias hermenéuticas de textos suplantarán a las lenguas clásicas si dichos textos se leen sin pensar que fue escrito en una lengua y en un marco cultural determinados, o sin suscitar desde una cátedra el interés por aprender esa lengua y conocer ese marco?
Tengamos en cuenta que este mismo debate es consecuencia de los métodos pedagógicos para estas materias más que de la relevancia efectiva de su contenido en nuestra formación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario