Traducción de:
Σάρρου, Δ. Μ.
(1932) Σοφοκλῆς - Ἰχνευταὶ Σάτυροι: Σατυρικὸ δρᾶμα σὲ δημοτικοὺς στίχους μὲ πρόλογο καὶ σημειώματα ἑρμηνευτικά, Ἀθήνα, Ε. Ο. Δημητράκου Α. Ε., σελ. 7-14.
Sarros, D. M. (1932) Sófocles –
Sátiros Rastreadores: Drama satírico en versos populares con prólogo y notas
aclaratorias, Atenas, Casa Editorial Dimitrakou A. E., pp. 7-14.
Esta es la primera edición y la
primera reescritura realizada en griego moderno de los Rastreadores de Sófocles, cuyos fragmentos se hallaron en uno de
los papiros de Oxirrinco, en 1912. La siguiente es la
primera traducción al español del prólogo escrito por Dimitrios Sarros a dicha edición. El
prólogo se compone de dos partes. La primera consiste en una breve introducción
al drama satírico. La segunda es una sinopsis de la trama de los Rastreadores y de su relación con la
música y con otras obras de la literatura griega, que contiene también el
análisis de algunos problemas como la datación de la obra, la métrica de
algunos versos, y el análisis léxico-semántico del nombre del drama y su
traducción al griego moderno y a otras lenguas occidentales.
Conseguí esta edición en un puesto
de libros usados en Rétino, Creta, en la mañana del 10 de julio de 2014.
Prólogo
El drama
satírico
La tragedia griega antigua tomaba al principio
(como también el ditirambo, del cual brotó) sus tramas de los mitos y del culto
de dios de la uva, del vino y de la juerga Dionisos (que llamaban también Baco)
y tenía carácter religioso. Sin embargo, luego, una vez que había agotado los
mitos de Dionisos, tomaba sus tramas del ciclo de diferentes leyendas heroicas,
y así perdió ya su antiguo carácter dionisíaco.
Pero, puesto que los dramas antiguos se llevaban a
cabo sólo tres veces al año en las fiestas de Dionisos (donde tenían lugar las
competiciones dramáticas, en las que tomaban parte sólo tres dramaturgos
escogidos), esos dramas, obviamente, debían tener también alguna relación con
Dionisos. Eso era lo que buscaba el religioso pueblo de Atenas, que, observando
el desarrollo del drama y su distanciamiento de los mitos de este dios, gritaba
disgustado: «οὐδὲν πρὸς Διόνυσον!» (¡nada que ver con Dionisos!).
Pues
bien, esta relación con Dionisos la mantenía el drama satírico, que se llevaba a cabo después de la trilogía
trágica –es decir después de tres tragedias– como cuarto drama, como una forma
de farsa actual. De todos modos, esto conservaba el carácter dionisíaco. En él permanecen intactos algunos
elementos de la antigua forma del drama. Aunque no esté ya Dionisos, el
personaje principal del drama satírico, su recuerdo, no obstante, permanece vivo
en las acciones de su drama con la presencia de los Sátiros, que componen el
coro del drama satírico y bailan su rápido y saltarín baile (llamado σίκιννυς).
Los Sátiros, estas criaturas fantásticas de
los bosques y los montes, que se emparentan con los machos cabríos, de quienes
tenían la frente, las orejas en punta, los pies de dos pezuñas y los impulsos
lascivos, de aspecto zooantropomórfico –Sófocles en Rastreadores (v. 215) y Eurípides en Cíclope (v. 624) los llaman «θῆρας» es decir bestias o fieras–, estos Sátiros, existían en la tradición
popular antigua y en la creencia del pueblo griego como criaturas groseras locales, que vivían en los montes y bosques y se mezclaban con las exóticas Ninfas
(de aspecto de hadas), antes incluso de difundirse en Grecia el culto a Dionisos,
que vino de Asia (Frigia) y Tracia. Después ingresaron al séquito de Dionisos y
junto con ellos también el viejo Sileno, de feo hocico y bajo y gordo.
Los Sátiros
son considerados hijos de Sileno y de las Ninfas.
Sileno, al
principio él también aparición exótica de las fuentes y de los ríos, que tenía
la cola, las pezuñas y las orejas de caballo (el caballo era símbolo de las aguas),
está medio mezclado con el tropel de los sátiros, de quienes además era
considerado el padre, mientras que la creencia popular lo había admitido como
pedagogo y servidor de Dionisos o Baco, con quien había venido de Asia y Tracia
hacia el Ática.
Con
su contacto, los sátiros variaron su forma de macho cabrío del Peloponeso.
Tomaron de Sileno, en el teatro y en el arte, sus características distintivas:
sus orejas y su cola de caballo.
Con
su peculiaridad, con su mezcla de lo bromista y lo serio, el drama satírico, la “tragedia divertida”
(«παίζουσα τραγῳδία» según Demetrio, Sobre el estilo,
169), o el “drama silénico” («σιληνικὸν δρᾶμα» según Platón, Banquete 222 d),
constituye en el teatro griego una forma primaria del drama, entre la tragedia
en sí y la comedia. Los dramaturgos anteriores a Esquilo, Quérilo y Pratinas
primero y Esquilo después, le habían dado brillante fama. Desgraciadamente, nos llegaron apenas algunos títulos de sus dramas satíricos. Por
fortuna, el Cíclope de Eurípides y los
Rastreadores de Sófocles nos dan una
idea de esta graciosa forma dramática.
Asimismo, Alcestis de Eurípides ocupaba el puesto
de drama satírico (último drama de una tetralogía), donde el héroe Heracles, en
una escena (747-802) en la que habla con el sirviente de Admeto, es presentado
con carácter cómico, parrandero, tragón y bebedor de vino.
Es
digno de observación que nuestros antiguos trágicos eran también poetas cómicos
pero no se daba el caso contrario. No conocemos ninguna tragedia de
Aristófanes.
Los Rastreadores
El
drama satírico Rastreadores, o más
completo Sátiros rastreadores, que se
encontró en un papiro de Oxirrinco, en Egipto, escrito en el siglo II d. C., fue
primeramente publicado en el Tomo IX de los Oxyrrhyncus
Papyri por A. S. Hunt en 1912 (no. 1174, pp. 30-86). Se compone de aproximadamente
cuatrocientos versos, cuyos dos tercios apenas si están íntegros. Todavía se
conservan incluso algunas palabras o sílabas de Rastreadores en su papiro roto, cuyos pedazos, que eran trapos, fueron
ensamblados con gran acierto por Carl Robert. De este drama anteriormente
habíamos descubierto casi solamente el nombre y algunas palabras provenientes de
testimonios de los antiguos.
La
trama de los Rastreadores es simple:
El
dios Hermes, nacido del amor del gran dios Zeus y de la Ninfa (aspecto de hada)
Maya, hija de Atlante, dentro de la cueva del monte arcadio de Cilene (hoy Ziría),
se escapa de sus pañales seis días después de su nacimiento, se va (a Pieria) y
roba un rebaño de vacas del dios Apolo (hijo de Zeus y de Leto), a las que
lleva a su cueva, al monte de Cilene, una vez que colocó calzados en los pies de los animales,
para que se confundieran sus huellas y que los rastreadores no pudieran hallar su
dirección. Después, dentro de la cueva, toma también una tortuga, de esas que
existen incluso hoy en los montes arcadios. Mata a continuación una vaca y pone
unas cuerdas hechas con las tripas de la vaca en el caparazón abierto de la
tortuga, y así inventa la lira, que los antiguos llamaban también χέλυς (es decir, tortuga). Apolo, luego de haber recorrido infructuosamente muchos
países buscando sus vacas, llega a los montes arcadios, donde promete dar un premio
a aquel que le haga aparecer sus vacas, y donde Sileno promete meterse junto
con sus hijos, los sátiros, con el fin de hallar lo robado y al ladrón, y tomar
la recompensa. Vemos a los sátiros seguir muy cómicamente con su padre las
huellas de los animales. Trepan a toda prisa a través de los arbustos, encuentran
excremento de vaca, encuentran huellas de patas –que sin embargo marchan
hacia atrás– y al final llegan a la cueva. Allí, los sátiros se retiran
aterrorizados, porque en la profundidad retumba un insólito sonido. Hermes está
tocando la lira. Cómo la divina música asusta a los sátiros, cómo su padre
Sileno los exhorta, cómo ellos pierden nuevamente su valentía, estas cosas son
una asombrosa invención del poeta. Finalmente tocan la puerta y aparece la Ninfa
del monte, Cilena (de aspecto de hada del monte), cuya graciosa narración expuso
el poeta con mucho arte, completando el prólogo, para iluminarnos respecto de
los habitantes de la cueva y del nacimiento de Hermes. Cilena debe primero
satisfacer la curiosidad de los sátiros, que querían entender qué clase de
música era la que escuchaban y cómo pudo el niño recién nacido producirla de un
animal muerto. Y esto lo aprenden en
una chispeante y
enigmática esticomitía. Y así el asunto se vuelve serio. Ya Cilene no puede engañarlos
con que el pequeño no es el ladrón de las vacas.
En esta situación llega también Apolo –pero también el papiro se corta en este punto. En la parte que tenemos está ausente el personaje de Hermes. Se presentaría
seguramente en la parte perdida del drama. No hay duda de que arrastraron a
Hermes, y puesto que, naturalmente, no quería presentarse como niño bebé,
Cilene nos había dicho que en el lapso de seis días se volvió un enfant terrible y luego crecía
continuamente. Dado que Apolo deseaba y tenía que tomar la lira, los dos
divinos hermanos se reconcilian y se separan queriéndose, una vez que Hermes da
la lira a Apolo (como sucede en Antíope de
Eurípides, fr. 190), lira que desde entonces se vuelve emblema de Apolo como
dios de la música (Apolo citarista [κιθαρῳδός]), así como Apolo regala sus vacas a Hermes, que era también dios de
los rebaños y pastores (Hermes Pastor [Νόμιος] o Guardián de rebaños [Ἐπιμήλιος]). Esto, al menos, aparece en el Himno
homérico a Hermes. Y los sátiros obtienen su recompensa de Apolo y son
liberados de una esclavitud –de algún modo inexplicada– (pero también en el Cíclope de Eurípides los sátiros son liberados
de la esclavitud).
Sófocles,
con toda probabilidad, tomó la trama de los Rastreadores
basándose en el Tercer himno homérico
a Hermes, del mismo modo que Eurípides su Cíclope en la Ciclopea del
Canto IX de la Odisea homérica. Sin
embargo, existe la opinión de que Sófocles no había conocido el Himno homérico a Hermes en su forma
actual por lo menos, y que quizás le fueron útiles otras fuentes, como Las Hermeas (Αἱ Ἑρμεῖαι) (cf. L. Previale, “Gli Ichneutai
di Sofocle e l’inno omerico ad Ermete”, Bollettino
di Filologia Classica, XXXIII, 1926-1927, pp. 174-182).
En el Himno
homérico a Hermes, que se compone de 580 versos, Hermes inventa la lira
antes de robar las vacas. Conduce el ganado que robó a una cueva de Pilos,
donde lo escondió, y volvió a su cueva, en Cilene, envuelto en su pañal. El
rapsoda del Himno aparentemente
decidió tener en cuenta también los derechos que la ciudad de Pilos reivindicaba.
Lo más natural era llevar las vacas a su propia cueva,
a Cilene, como muy correctamente nos lo presenta Sófocles. Sófocles, asimismo, incluyó
en el mito a los sátiros junto con su padre Sileno, porque Apolo, buscando las
huellas de las vacas desde Pieria a Cilene, tuvo necesidad de ayudantes y guías
para la búsqueda en los montes y en los bosques, y ellos, como hijos bestiales
exóticos de los bosques y los montes, eran los más adecuados para rastrear las
huellas como sabuesos.
En el Himno
homérico, Apolo camina teniendo como guía su poder adivinatorio y llega a
la cueva de Cilene, donde encuentra al niño ladrón. Hermes niega el robo, pero
Apolo lo toma de la mano y lo conduce al tribunal del padre de ambos, Zeus, quien,
una vez que se alegró de los inteligentes artificios de su hijo, le ordenó que
mostrase a Apolo dónde escondió las vacas. Hermes se vio obligado a guiar a Apolo
hasta Pilos, donde le dio las vacas. Sin embargo, una vez que Apolo escuchó la
lira de Hermes, le dejó las vacas y tomó la lira.
Y el personaje de la Ninfa Cilena no existe en el Himno a Hermes, donde el papel que ella
cumple en Sófocles pertenece totalmente a la madre de Hermes, Maya. Ese
reemplazo sucede, como sostiene también Robert, por conveniencia. Maya, después
de sus amores con Zeus, no podía aparecer delante de los Sátiros, quienes
podían mirarle con reprobación. En el Himno,
Maya es llamada πότνια, es decir señora, venerable. Y, por supuesto, al ser amada por el
gran dios del Olimpo y por ser madre de un dios, debe ser venerada. Pues bien,
ella está ausente del drama. Pero la causa de su ausencia es también natural,
porque ha dado a luz hace seis días y todavía está muy débil (v. 267). ¿Acaso
Sófocles ideó el personaje que la reemplaza? Quizás. Es verdad que un escolio a
Píndaro (a Olímpicas VI, 129) y el romano
Festo del siglo II d. C. (vid.
Kyllenius) se refieren a Cilena como “nodriza” («τροφός») de Hermes. Pero quizá esa información sea tomada de Sófocles.
En
cuanto a la lira, que casi se la
puede identificar con la cítara (antes κίθαρις y φόρμιγξ –de siete cuerdas al principio, luego podía tener desde 8 hasta 11
cuerdas), sostenemos que la lira
primero y el aulós en segundo lugar
eran los dos principales instrumentos musicales de los antiguos griegos.
Sófocles obviamente tocaba la lira brillantemente (cf. su vida al principio
de nuestra Antígona, 2º edición, p.
8). Es extraño que también estos dos instrumentos en la orquesta moderna se hayan
descuidado. La lira, como dice también Masqueray, nos parece hoy pobre, sin
resonancia, sin variedad sonora, pero puesto que sus sonidos son limpios y
graves, y tienen, como dijo A. Croiset (Histoire
de la Litterature Grecque, II, p. 23), algún aire de serenidad viril, por esa
razón han atraído a los antiguos griegos. El poeta llama a su sonido divino («θέσπιν αὐδάν», v. 244), también remedio y consuelo del sufrimiento («λύπης ἄκεστρον καὶ παραψυκτήριον», v. 317). Sólo un dios podía inventar este divino instrumento, Hermes,
el asombroso dios recién nacido, a quien el coro busca con tanto sufrimiento y
tantos gritos, y que lo vigila la dulce hada Cilena con tanto cariño, aunque
también con tanta cobardía. Es una lástima que el personaje de Hermes no se haya
conservado en el drama, a quien Sófocles nos presentaría asombrosamente. Deseemos
que la parte perdida del drama se encuentre en algún nuevo papiro.
En cuanto
al mito de los Rastreadores, ver
también Apolodoro (3, 10, 1), que sigue al Himno
homérico.
Sófocles
escribió este drama satírico probablemente en el 461 a . C. (según Robert); es
decir que es la más antigua de las obras conservadas del gran trágico (que
nació en el 496 y murió en el 406
a . C.). No sabemos a qué trilogía seguía, ni cuántos
versos tenía en total este drama satírico. Si juzgamos desde el drama satírico
conservado de Eurípides, el Cíclope,
que se nos conservó íntegro, con 709 versos, tenemos sólo la mitad de los Rastreadores.
El
drama Rastreadores nos presentó
también aproximadamente quince palabras, derivadas, desconocidas y no
registradas en los diccionarios. Nos presentó también una esticomitía en tetrámetro yámbico (vv. 291-320), que
por primera vez vemos en diálogo dramático de los trágicos griegos, entre
50.000 versos sin contar los fragmentos de los dramas conservados, mientras que
hasta ahora, en similares ocasiones, teníamos sólo el tetrámetro trocaico y el
trímetro yámbico. Nosotros transmitimos esa parte con versos trocaicos de dieciséis
sílabas.
En
cuanto a la denominación de Rastreadores,
o más completo Sátiros rastreadores,
sostenemos además lo siguiente respecto de su traducción:
Rastreador
(ἰχνευτής) es
el perro o el hombre que persigue o rastrea las huellas (τὰ ἴχνη) de alguien, ya sea hombre o animal. J. Pólux en Onomástico, V, 10, dice: «ἰχνευτής καὶ ἀνὴρ καὶ κύων». En la lengua antigua, al rastreador se lo llama también ἰχνηλάτης (y poéticamente ἰχνελάτης, en Antología Palatina, 6,
183, y 16, 289). Y existen los verbos: ἰχνεύω, ἀνιχνεύω, ἰχνηλατῶ, ἴχνη κυνηγετῶ (Sófocles, Áyax, 5), ἐξ-ιχνοσκοποῦμαι (Áyax, 997), ῥινηλατῶ ὀσμῇ (Rastreadores, 88), ἰχνοσκοπῶ ἐν στίβοις τινὸς (Esquilo, Coéforas, 205), ἕπομαι κατὰ στίβον (Herodoto, 5, 202), etc.
En
nuestra lengua popular no hay una palabra singular correspondiente con la misma
fuerza que ἰχνευτής. Las huellas (τὰ ἴχνη) se llaman: ἀχνάρια (de τὰ (ἰ)χνάρια), πατημασιές o πατημαξιές o πατησιές, πατήματα, τορός[1], ὁμπλή (de ὁπλή). Las dos últimas palabras son muy habituales en Epiro y en otras
partes de Rumelia[2]: «τοῦ πῆραν -ἢ τοῦ κυνηγοῦν ἢ τοῦ’βραν- τὸν τορό, ἢ τὴν ὁμπλή. Βρομάει ὁ τορός του» (“le encontraron el rastro, su rastro apesta”)[3] para hombres y animales.
La
palabra ἰχνευτής o ἰχνηλάτης podríamos traducirla literalmente en una palabra ἀχναρευτής o ἀχναρολάτης (de forma análoga: βοϊδολάτης, κουπολάτης, ζευγολάτης), o ἀχναροσκόπος, o ψαχουλευτής (plural ψαχουλευτάδες, del verbo ψαχουλεύω). Obviamente, quizá si Sófocles escribiera hoy, nombraría a su obra «οἱ Σάτυροι ζαγάρια [sabuesos]» o «οἱ Σάτυροι λαγωνικά [sabuesos])» (siguiendo el criterio de: ὁ Καραγκιόζης (ὡς) γιατρός, (ὡς) γάϊδαρος [El payaso (en cuanto) médico, (en cuanto) borrico], y similares[4]). Sin embargo, decidí no poner nada de eso como título de mi
traducción, ni Ἰχνηλάτες, ni Ἰχνευτές. Me parece que de algún modo tropiezan todavía con la cuestión
lingüística griega. Preferí
entonces dejar sin cambios el viejo título «Ἰχνευταί» [Rastreadores] es
decir «Ἰχνευταὶ Σάτυροι» [Sátiros rastreadores] (como
lo llama J. Pólux en su Onomástico,
10, 34).
Se
buscó traducir el nombre del drama incluso en las lenguas extranjeras, donde, también
allí, tuvieron dificultades en encontrar exactamente una palabra
correspondiente. Lo tradujeron al latín Indagatores,
al francés Les Satyres Limiers o Les Traqueurs (Th. Reinach),
Les Limiers (F. Allègre, P.
Masqueray), al alemán Die Spürhunde
(U. Wilamowitz, C. Robert y otros), al italiano Cercatori di traccie (N. Terzaghi), I Satyri alla caccia o I
cercatori di piste (Et. Romagnoli). Los ingleses conservan la
forma griega Ichneutae. También P.
Masqueray dice en su edición que alguien muy bien podría decir Ichneutes incluso en francés, a partir
de la palabra griega, pero no lo entenderían todos los lectores.
Por primera vez aparece una traducción literaria de
los Rastreadores a nuestra lengua. La
publicamos primero en el periódico Ἡ
Φωνὴ τοῦ
Βιβλίου, nos. 3, 4, 5, 6 de 1932, sin las notas ni la bibliografía.
Nota. Para detalles sobre el
drama antiguo (tragedia, drama satírico y comedia), ver nuestro libro «Εἰσαγωγὴ στὸ ἀρχαῖο δρᾶμα» (“Introducción al drama antiguo”), Atenas, 1930.
Para la vida y la obra de Sófocles, ver además el prólogo de nuestra Antígona, 2º edición, Atenas, 1932. Cf. también el nuevo libro de Albert
Willem, Melpomène: Histoire de la
Tragédie Grecque, Liège-Paris, 1932, pp. 83-213, donde (pp. 150-153) tiene
lugar también un análisis de los Rastreadores.
Además de los Rastreadores, Sófocles escribió también
otros –quizá más de 30– dramas satíricos, que se perdieron, al igual que sus
demás tragedias. Así, entre aproximadamente 120 obras dramáticas que se atribuyen
a la pluma de Sófocles, de los cuales se conservan intactas sólo las siete
tragedias conocidas, se hace referencia a los siguientes títulos de sus dramas
satíricos perdidos: Pandora o Forjadores, Cedalión, Salmoneo, Ámico, Timbaleros (?), Dionisos niño,
Anfiarao, Télefo (?), Amantes de
Aquiles, Momo, Comensales, Bodas de Helena, Sátiros
necios, La disputa (?), El juicio (?), La insolencia (?), Heracles
o Sátiros en Ténaro.
[2] Nombre con que el
Imperio Otomano denominaba a la actual Grecia y a otros países balcánicos como
Bulgaria, Serbia, etc. (n.
d. t.)
[3] Es difícil traducir un giro conversacional tan vinculado a las peculiaridades culturales de Grecia. La expresión tiene
que ver con el lenguaje de la cacería y se relaciona con encontrar o perseguir a una persona o animal que deja una
importante evidencia de su presencia por donde pasa, evidencia vinculada a malas acciones. En este punto, es
necesario aclarar que la palabra τορός o ντορός, en el lenguaje de la cacería, es el olor que deja una presa peluda,
sea liebre, conejo, jabalí o zorro. Este olor es el que permite a los sabuesos encontrar a sus presas, basándose en ese
olor al inicio para perseguirlas a continuación. Vid. http://www.slang.gr/definition/13812-ntoros. (n. d. t.)
[4] Figura principal del teatro de sombras turco y griego, asociada a una
figura payasesca. Aquí Sarros alude a que el criterio moderno para denominar
una obra de teatro menciona a un personaje central del género seguido de una
profesión, ocupación o característica que desarrolla en dicha obra. (n. d. t.)
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